“Estamos juntos en esto… ya jugaremos de nuevo, pronto.” La frase apareció en un correo que, según varios medios británicos, habría sido enviado en 2011 desde la oficina del príncipe Andrés de Inglaterra al fallecido Jeffrey Epstein, señalado como la cabeza de una red de abuso y tráfico sexual de menores para miembros de la élite mundial.
Más que relevante, porque el príncipe —quien ahora tuvo que renunciar al uso de sus títulos y honores— aseguró en varias ocasiones haber cortado todo contacto con Epstein desde 2010.
Y mientras ese correo revive los fantasmas de la monarquía, otra voz se alza desde el silencio. Virginia Giuffre, quien murió —según reportes oficiales, por suicidio— en abril, vuelve a hablar a través de las memorias que escribió en los últimos meses de su vida. La chica de nadie: Memorias sobre cómo sobrevivir el abuso y luchar por justicia sale a la venta mañana y promete nuevas revelaciones.
Giuffre conoció a Epstein y a Ghislaine Maxwell cuando trabajaba, a los 17 años, en el spa del club de golf de Donald Trump. El propio Trump dijo hace poco que rompió su amistad con Epstein porque “se la robó”, algo que los amigos no hacen. Nos espera una semana de espeluznantes revelaciones y reacciones con implicaciones políticas y sociales que van mucho más allá de lo que podríamos imaginar.
Y aunque la vida de Virginia fue acortada por circunstancias terribles —y francamente dudosas—, su batalla por la verdad y por proteger a las víctimas no puede ser callada, ni siquiera con su dolorosa ausencia.
