Hablar de la vida privada de los demás es una actividad que se hace por negocio, pero también se hace como actividad social. Temas en común en los que, a veces a pesar de nuestras mejores intenciones, tenemos opiniones muy contundentes sobre cosas que no entendemos del todo, por el hecho de que no estuvimos ahí. Pero de pronto hay historias como la de Jennifer López y Ben Affleck que son imposibles de evitar, porque esta secuela de un romance fallido hace dos décadas se narró a sí mismo en el documental que la misma J.Lo decidió compartir con el mundo.
“En una noticia que no es un shock para nadie”, fue la manera que ayer se presentó el hecho de que la cantante pidió el divorcio precisamente el día de su segundo aniversario de bodas, lo cual convierte a esta curiosa y siempre compartida historia de
desamor en un supuesto “triunfo” para todos los que se enorgullecieron de saber que iba a pasar más temprano que tarde. Felicidades a todos; ¿seremos tan agudos para comprender nuestras propias relaciones y en qué estamos fallando?
Hay algo particularmente curioso sobre el fenómeno de Bennifer 2.0, porque aunque la industria del chisme siempre ha vivido de historias como esta, la prensa y la gente se han comportado de manera muy similar la primera vez y ahora la segunda que la relación ha llegado a su fin. ¿La diferencia? Que ahora mucha más gente puede convivir y monetizar con la ruptura ajena gracias a las redes sociales, YouTube y TikTok. Tal vez lo que esto dice de nosotros es que no hemos cambiado mucho, solo que ahora tenemos un amplificador social tan grande y una opinión tan extraordinaria de nuestras propias certezas que regresar a la misma historia podría servirnos para reflexionar sobre lo que nuestras propias reacciones dicen de nosotros y no de los famosos. No va a ocurrir, pero ahí está el espejo para quien quiera ver.
