Hoy se estrena en Netflix el documental —producido por 50 Cent— sobre la trayectoria de Sean Combs (Diddy). Empieza con sus inicios en la industria, su ascenso, el poder que acumuló y, por supuesto, culmina con las acusaciones de violencia sexual, tráfico de personas y crimen organizado.
Considerando que solo fue encontrado culpable de los cargos menos graves —transportar gente para ejercer la prostitución—, las víctimas que levantaron la voz quedaron brutalmente en el olvido. La ley se debe seguir, pero los contratos de silencio, los videos filtrados y la cascada de testimonios no operaron a su favor. Cuatro años y dos meses en prisión y medio millón de dólares son nada frente a todo lo que se expuso. Sin embargo, el poder del periodismo y la proyección de una serie documental no van a dejar que esto se borre por tecnicismos. La serie de cuatro capítulos, dirigida por la ganadora del Emmy, Alexandria Stapleton, presenta testimonios nuevos, promesas de más revelaciones y, sobre todo, un examen a fondo, no solo de Combs, sino de quiénes somos como sociedad para que casos como este ocurran o, peor aún, se repitan.
Mientras cine y televisión enfrentaron de forma frontal la era #MeToo, en la música los casos fueron los menos (R. Kelly, Marilyn Manson) y tratados como excepciones, no como parte de un sistema que se aprovecha del deseo de fama y de hacer arte para explotar a personas inocentes.
Porque cuatro años y dos meses suenan a “consecuencia” en un expediente legal, pero parecen más bien el pago mínimo de una tarjeta de crédito moral sobregirada por décadas. Si la justicia no alcanza, que al menos alcance la vergüenza pública.