El internet, como comunidad de “investigadores”, es increíblemente rápido. Y lo es aún más para autonombrarse centinela de la moral y las buenas costumbres. Si no me creen, pregúntenle a Doña Florinda y a tantos otros. Pero la fama que llega con volverse viral es un bicho nuevo, porque ahora resulta que ya no se puede ir a un concierto de Coldplay con tu amante sin que el mundo entero se entere de quién eres, cuál es tu puesto en la empresa (la misma para ambos) y qué se opina al respecto.
Admito que reí. Sobre todo cuando Chris Martin, en e el escenario, comentó al ver la reacción apanicada de ambos en la kiss cam: “O están teniendo una aventura o son muy tímidos”. Ups, era la primera. Y ahora el mundo entero sabe que él es el CEO de Astronomer, empresa de tecnología; y ella, jefa de Recursos Humanos. Conflicto de intereses a nivel de pantalla gigante, dos matrimonios probablemente arruinados y un montón de inversionistas haciendo preguntas incómodas.
Lo que más me impacta es nuestra insaciable necesidad de saberlo todo de inmediato, y seguir volviendo famosa a la gente por sus errores, olvidando que en todos lados hay —y habrá— cámaras. Me preocupa ver cada vez más perfiles sobre quién es ella, dónde encontrarla en redes; el juicio que casi siempre recae más sobre la mujer. Eso no es nuevo, no está mejorando y dice más de nosotros que de lo que ellos hacen en sus casas o en estadios llenos.
El escrutinio público a veces es una herramienta social poderosa para detener malos comportamientos (Lady Racista, por ejemplo). Pero otras veces —la mayoría— no es más que entretenimiento para las masas, con alto costo para quien olvida que ya no hay privacidad. Aún más irónico, todo esto, cuando eres CEO de una empresa cuya función principal es el análisis de la información que vuela por la web.
