¿Los abrazo o no? ¿Mantengo la distancia? Por cada pregunta que me hacía más incómodo estaba. “Me vale”, pensé en voz alta mientras estacionaba mi auto frente a la funeraria. Dos grandes amigos habían sufrido una pérdida irreparable y no iba a permitir que un maldito virus me prohibiera darles mi cariño.
Cinco minutos después me coloco el cubrebocas con esa misma sensación inequívoca de poner una barrera entre ellos y yo. Postal que me perturba en demasía porque este covid-19 está vulnerando uno de los momentos más sensibles para los seres humanos. Y me refiero a un abrazo o una simple mano sobre los hombros; mínimos gestos físicos que llevamos meses reemplazando con muecas porque se supone que no debemos tocarnos.
Me siento en una esquina de la sala velatoria y observo a la mayoría. Un sacerdote me dijo una vez: “Cuando un ser querido fallece no estés triste, porque significa que cambiarás los abrazos por otro tipo de afecto muy genuino también. Lo sentirás cada vez más cerca porque pensarás y rezarás por él”.
Pero esas palabras que antes me reconfortaban ahora me enfurecen porque siento que el coronavirus me está quitando esa necesidad de demostrarnos físicamente apoyo. Un mes, cinco, lo que dure es irreparable porque quizá ya no tenga a esas personas que tanto quiero y ¿cómo recuperaré el tiempo? Hoy quiero sentir, tocar y apapachar a quien más lo necesite y además estoy harto del Zoom porque siento que nos atrofia emocionalmente.
¿Te soy más directo? El covid mutiló nuestros afectos y por eso nunca volveremos a ser los mismos. Por eso valoremos a los nuestros y contemos los días para abrazarlos, sentir su piel y hasta oler su perfume. Si revertimos el efecto deshumanizante del virus y lo potenciamos sobre nuestras relaciones interpersonales habremos ganado mucho más de lo imaginado.
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