Es incuestionable que el presidente López Obrador triunfó en las elecciones porque propuso, como prioridad, resolver las angustiosas condiciones de pobreza y marginación de la mayoría; y porque denunció que el neoliberalismo es el culpable por haber creado un mutualismo, una simbiosis, entre gobernantes corruptos y empresarios expoliadores.
Con ese acertado diagnóstico armó un discurso con premisas elementales indiscutibles y una conclusión convincente: el país está devastado por la pobreza, la desigualdad y la injustica; los culpables son todos los anteriores gobernantes y las grandes empresas deshumanizadas: la solución es el nuevo régimen de honestidad y austeridad postulado por la Cuarta Transformación.
Lamentablemente, el diagnóstico y la propuesta de cambio se han traducido en el desmantelamiento de las instituciones y en el deterioro de los servicios públicos de alimentación, salud, educación y seguridad.
El Presidente para mantener su popularidad exacerba cotidianamente el resentimiento social, para que el debate político se reduzca a apoyarlo a él, o a quien llama sus enemigos y enemigos de la patria.
Ante esa realidad, las confrontaciones están creciendo de manera paulatina y peligrosa.
Eso pone a las organizaciones ciudadanas y a los partidos de oposición ante el gran dilema de decidir su programa de acción política para las próximas elecciones presidenciales.
La disyuntiva es si persisten en la crítica destructiva y en el escarnio de los errores presidenciales o, por el contrario, recapacitan y aceptan que el presidente López Obrador acertó en el diagnóstico y ha fallado en el tratamiento de las dolencias; y con esas premisas construyen un plan de gobierno con programas y acciones concretas y realizables para la solución de nuestros males endémicos,
Todos deberíamos tener en cuenta que las constantes pendencias políticas aceleran la descomposición social y aumentan el riesgo de levantamientos populares.
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