El año 2000 es señalado como la culminación de la democracia. Desde entonces vivimos continuas campañas electorales que consumen recursos, provocan la emigración de funcionarios a otros puestos y truncan programas de gobierno.
Sin embargo, la gran pregunta es: ¿Existe la democracia en México? La democracia debe abarcar, además de las elecciones populares, la participación del pueblo en la planeación, ejecución y supervisión de las funciones de gobierno.
Sin esa participación real y efectiva, no existe el gobierno del pueblo, ni la república entendida como sistema libre de la dominación de familias o grupos cohesionados por sus intereses.
La ideología política significa la ciencia de las ideas, cuya finalidad es la aplicación del conocimiento en la construcción de un mundo mejor. Como el carácter se demuestra con los hechos, la ideología en los partidos deber manifestarse en los planes y acciones de gobierno.
En una república la diversidad ideológica tiene como denominador común la conjunción de esfuerzos para la consecución del bien público. Entre nosotros las ideologías no existen.
Los partidos políticos están sometidos a un hombre o a un grupo, no tienen principios ni democracia interior. Los controladores imponen su voluntad utilizando la fuerza, las encuestas a modo y los procesos arreglados.
Hay demasiados partidos y candidatos independientes; cuya multiplicación, en muchos casos, es aprovechada para la “ingeniería electoral” que ha sustituido la falsificación de votos.
Las familias y los grupos políticos hegemónicos disponen de los bienes públicos como si fueran propios. La publicidad de los desfalcos, las leyes y órganos contra la corrupción sólo aminoran la presión social y, paradójicamente, aumentan la burocracia y crean nuevas formas de abusos gubernamentales.
Así, pues, todo indica que vivimos sólo una democracia electoral controlada y dirigida, ajena al bienestar general.