Cuando se ponía muy pesimista, Flaubert decía que los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele pensarse; por el contrario, la hacen más profunda. Me asomo sobre la barda del tiempo y veo a mi abuelo Herminio bajando una escalera oscura. Entra a un cuarto iluminado por dos velas, nada más. El mago Gospodinov, gran escritor búlgaro, enseña que uno puede entrar en el recuerdo de los otros. Es decir, estoy en el recuerdo de mi abuelo y me siento un intruso, pero no se puede escribir sin irrumpir en el pasado de los otros, siempre he pensado que esa es la fina trama de la literatura.
La memoria de mi abuelo, a quien no conocí, se activa y yo entro con él en su pasado. Se encuentra en la Clínica Mayo y lo operarán de un tumor en el mediastino. Nadie recuerda tanto como quien se dirige al quirófano.
En el cuarto iluminado por dos velas, el abuelo Herminio escribirá en un papel las razones por las cuales desea convertirse en masón. Estoy a su lado y lo veo sudar, entrecerrar los ojos para escribir.
Con caligrafía de penumbra pone en el papel sus motivos: el futuro, un mundo mejor, la búsqueda del progreso y la verdad. Conoció la masonería por Pino Suárez, a quien conoció en Mérida, él le mostró el camino. Después del baño de sangre con que el país quiso iniciar una vida democrática, el abuelo Herminio se alistó entre los seguidores de Carranza, quien le encomendó una misión: recorrer Centroamérica como embajador plenipotenciario y lograr el reconocimiento de su gobierno en esa zona del continente que a Carranza le importaba, las fronteras, esas líneas de fuego.
El trabajo de Herminio le valió una senaduría. En ese rumbo político conoció a Obregón, quien lo llevó a la presidencia municipal de la Ciudad de México en 1921.
El abuelo termina de escribir en ese cuarto oscuro. Pasan los días y le informan que ha sido aceptado como integrante de la fraternidad por las diversas asociaciones que lo han examinado. En una solemne ceremonia lo nombran miembro definitivo. Estoy a su lado y lo veo conmovido y orgulloso.
En ese papel escrito en las sombras y que ha llegado hasta mis manos, el abuelo ha declarado que él es escritor. Sé que era un hombre culto, un político astuto que salvó la vida en el laberinto ardiente de esos años, pero no era escritor. El recuerdo de mi abuelo se vuelve muy fino, se rompe. Mi primer nombre, por cierto, es Herminio.