El discurso de la austeridad está agotado por no decir derrotado.
La oferta electorera de implementar una verdadera austeridad republicana generó millones de votos y despertó grandes expectativas respecto a la llegada del anhelado cambio que devolvería a los mexicanos la confianza en sus autoridades. Sin embargo, los hechos no reflejan ni la sombra de los beneficios que –nos dijeron– traería consigo.
Austeridad significa actuar con sobriedad y sin excesos.
Y está administración, desde el primer momento, demostró que el dispendio sería su sello distintivo.
De inicio canceló el proyecto del Nuevo Aeropuerto en Texcoco a un costo total de 259 mil 500 millones de pesos entre lo invertido y el pago por incumplimiento de contratos.
En el discurso, la idea de la austeridad es plausible, suena necesaria, justa, después de tantos años de opacidad, pero acaso no es tirar el dinero la realización absurda e innecesaria de la consulta de Revocación de Mandato en un país con la mitad de su población en pobreza, y que nos costará a los contribuyentes más de 3 mil millones de pesos.
Una efectiva austeridad republicana adelgaza los recursos destinados a la administración pública, con la idea de que éstos se aprovechen óptimamente y se traduzcan en beneficios a la población, sin embargo, pasada la mitad del sexenio, no se ven ni en el combate a la pobreza ni para revertir la desigualdad.
Pese a las pérdidas millonarias se le siguen inyectando recursos a Pemex y CFE; para este 2022 se les destinó un presupuesto de 1.2 billones de pesos. Otros 445 mil millones de pesos a programas sociales, que se entregan de manera opaca, sin rendición de cuentas ni reglas claras de operación.
Cómo entender la austeridad republicana cuando se eliminan fideicomisos que apoyaban a miles de mexicanos en todo el país y se recorta presupuesto al Conacyt, a los centros públicos de investigación y universidades; a La Escuela Nacional de Antropología e Historia, Enah, llevándolas al borde de la inoperancia.
El gobierno agotó el Fondo de Estabilización de Ingresos Presupuestarios (Feip) y además exige al Banco de México sus remanentes de operación, convirtiendo a Hacienda en una aspiradora de todos los recursos que encuentra a su paso y cuyo destino no se reporta.
Y en la peor parte del delirio recaudador, se atrevieron a reducir los recursos de salud y educación, se destruyó hasta el último ladrillo del sistema de compras y distribución de medicamentos, generando la peor crisis de desabasto que se recuerde; y se arrasó con el Fondo de Desastres Naturales (Fonden).
Todo, en nombre de una austeridad populista, que no es más que un engaño vil, oculto en el cuento ‘transformador’ que cada vez menos mexicanos creen.
Austeridad que finalmente tampoco se ve ni en la familia ni en el gabinete, escupiéndonos en la cara con sus excesos.
Ni hablemos de los miles de millones de dólares destinados a la construcción de las obras emblemáticas: Aeropuerto Felipe Ángeles; Tren Maya y Dos Bocas, cuya viabilidad sigue en duda.
Austeridad, solo en el discurso, vil engaño.
Paco Ramírez
Twitter: @ramirezpaco