Cultura

Es un monstruo grande y pisa fuerte

“Sólo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”, dice parte de la popular canción de León Gieco que varios han interpretado.

Así, tarareando esa canción, salí del cine la semana pasada luego de ver la película “Oppenheimer”, una de las más taquilleras y comentadas en estos días.

Evidentemente este artículo no entrará en la crítica cinematográfica, que de ello se encargan los expertos, sino que, reconociendo el posible valor histórico del filme, sigo preguntándome en qué estará pensando la humanidad cuando crea armas que tienen el potencial de destruir al planeta.

No voy a juzgar tampoco la historia, ni a comentar de la Segunda Guerra Mundial, aunque como experto en desarrollo humano deseo reflexionar brevemente sobre estas aberraciones aparentemente naturales de la condición humana y la búsqueda del poder.

“Solo le pido a Dios, que el futuro no me sea indiferente; desahuciado está el que tiene que marchar, a vivir una cultura diferente”, un párrafo más de esta canción que refleja mi pensar y mi sentir sobre la guerra y la autodestrucción.

Inevitablemente al mencionar autodestrucción pienso en la adicción, una enfermedad que, en la búsqueda por el placer, termina encontrando abismo, dolor y sufrimiento.

Me pregunto, ¿qué necesidad tenemos los hombres, como especie, de complicarnos la vida en la búsqueda de poder, placer y dominio de los demás o de alimentar nuestros instintos más primitivos?

Tan simple que debería ser vivir en alegría y con propósito como para que, de todo lo que fuimos dotados, se convierta en nuestra propia capacidad de autodestrucción y muerte.

El o la lectora podrían pensar que exagero cuando hago un símil entre una guerra nuclear o la bomba atómica y un adicto que elige autodestruirse a través de una sustancia o conducta patológica dependiente.

La respuesta me la da nuevamente León Gieco, y puede aplicarse a la aberración de la guerra entre países y la guerra de un adicto que pelea por todo y por nada.

“Sólo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre, vacía y sola sin haber hecho lo suficiente”.

Gracias Oppenheimer por recordarme que los seres humanos nacimos para ser felices y vivir en paz.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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