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Leto: la biopic reimaginada

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  • Maximiliano Torres

En el cine, la historia del rock se nos cuenta, principalmente, a través de movimientos musicales surgidos bajo democracias. La justificación de esto es que el rock es una creación occidental, concretamente norteamericana. Pero el talento y la rebeldía de este género también se dieron en regiones del mundo sin derecho al voto, sin libertad de expresión, sin derechos civiles. Aprender cómo el rock se abrió camino para influir en la juventud de sociedades distintas a la nuestra es, nunca mejor dicho, otra película. Una que se parece poco a ejemplos recientes como Rapsodia Bohemia o Rocketman. Ese acercamiento a la forma tan distinta en que otras culturas del mundo tienen acceso al arte vale por si solo la experiencia de ver “Leto”, originaria de Rusia y realizada por Kirill Serebrennikov.

Situada a inicio de los años ochenta, antes del inicio del cambio de gobierno en la Unión Soviética conocido como la Perestroika, la nueva entrega de uno de los críticos más vocales del actual gobierno de Vladimir Putin es un tributo a la escena del rock que contribuyó a la transición política de Rusia. Sergei Zhuk, autor del libro “Rock and roll in the rocket city” (sobre cómo llegó el rock y otros productos de la cultura occidental a penetrar en la cultura juvenil soviética), dice: “Yo diría que la música rock per se no destruyó el socialismo, pero los valores y las prácticas culturales relacionadas con la obtención de esta música contribuyeron al fin del socialismo”. “Leto” nos presenta a dos figuras cruciales en este fenómeno: Mike Naumenko y Viktor Tsoï. Roqueros verídicos que fueron amigos y aquí conocemos antes de alcanzar la fama. Cuando Viktor aparece en la trama, Mike ya es un músico reconocido y lo hace su protegido. Una gran parte de la historia consiste en verlos construir su identidad musical (ensayos, conciertos, discusiones sobre las temáticas de sus letras), hasta que un triángulo amoroso va insinuándose entre ellos y la esposa de Mike, Natasha.

¿Dos rockstars legendarios que no son Freddy Mercury o David Bowie y a los que no conocíamos?,¿canciones que son himnos generacionales cuya letra desconocemos? Leto nos induce a un shock cultural que se deja sentir desde su magnífica primera escena: la cámara sigue a un grupo de chicas que se cuelan en un concierto de rock a través de una escalera que da al baño de hombres del lugar del evento. Ya adentro, se escabullen hasta una sala totalmente llena. Estamos en el Club de Rock de Leningrado, el primer recinto legal para presentaciones de rock que era supervisado por la KGB. En las butacas abarrotadas de gente joven, el público guarda un orden estricto. De ambos lados de la sala hay oficiales del gobierno cuidando que nadie cometa actos como aplaudir, levantar los brazos o ponerse de pie a bailar. Aunque el resto de la cinta no supera el impacto de esta gran secuencia, Serebrennikov deslumbra con una impecable fotografía en blanco y negro, dinámicos números musicales con covers a clásicos como “Psycho killer” o “Children of the revolution” y una narrativa que borra la línea entre verdad histórica y ficción.

Por el perfil de su director, quien pasó año y medio bajo arresto domiciliario en Moscú como represalia a su disidencia política, se esperaría que este fuese un trabajo mucho más crítico en su recreación de la época. Contrariamente, Leto muestra una revolución tranquila de fondo, mientras que el enfoque es la música como escape. El escape también es para uno como espectador. En medio de tanto cine repetitivo, encontrar una cinta como esta es un alivio.


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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