En las postrimerías del mes de noviembre, con ocasión del día de acción de gracias, en su mensaje a la nación Donald Trump —como presidente electo— ha convocado al pueblo de Estados Unidos a mantenerse unidos, para juntos trabajar y reconstruir la grandeza de América. Hoy llama la atención su tono conciliador, como si los ciudadanos pudieran olvidar tan rápida y fácilmente que su exitosa campaña la construyó precisamente llevando al extremo las expresiones de odio y división social. Como es obvio, ahora que se encuentra a unas semanas de asumir la presidencia, advierte con claridad lo difícil que será gobernar a un país tan sensible a los temas de discriminación, racismo y misoginia pues, en las entrañas de la historia de Norteamérica, existen heridas desde su fundación, abiertas llagas de exclusión y rechazo por motivos tan vanos como el color de la piel.
Gobernar para todos es el principio elemental que obliga a un presidente, difícil encomienda de cumplir para un hombre de negocios que llega al poder con el odio como argumento. La narrativa de Trump pone en la persona de los latinos, los migrantes y los chinos, la causa de todos los males que aquejan a la sociedad norteamericana. En su discurso, cerrarse para limpiar la casa, expulsando a todos los indeseables señalados, es el camino correcto para la reconstrucción de su grandeza como país, desde luego, la frivolidad y la grave ofensa a la dignidad humana de esas afirmaciones, no resiste el más mínimo análisis para constatar su verdad, pero sí hace evidente su peligrosidad.
La grandeza de América, como la del resto del mundo, es pluriétnica y pluricultural, y se refiere no solo ni principalmente al aspecto económico, en realidad tiene que ver con una perspectiva más amplia, que mira al bien común como el genuino derecho de todos los seres humanos de acceder a los bienes de la tierra, como casa común. La exaltación y el discurso encendido con frases emotivas en torno a la superioridad de la raza aria, de los blancos, los hijos del sol, los conquistadores y los vencedores, en realidad son intolerables expresiones de racismo que han manchado de sangre el tránsito de la humanidad y que no deben repetirse. Después de la conmoción por la sorpresa de este "triunfo" inesperado, los líderes y gobernantes del mundo deben superar la pasividad y contener el inminente peligro que se anuncia.