Sean Penn fue útil para calentar el estreno de Cuando conocí al Chapo, la miniserie en tres partes sobre el encuentro del Chapo Guzmán con Penn y Kate del Castillo, que es la protagonista de este esfuerzo de Netflix. Si digo que fue útil es por el ruidito que hizo con el intento más bien ridículo de parar el estreno, sobre el argumento de que lo ponía en riesgo en tanto proyectaba la idea de que la captura del capo podía deberse a la visita que le hizo a la selva. Uno esperaría declaraciones o revelaciones escandalosas sobre su paseo en el monte, alguna novedad chirriante. Nada. Penn y sus abogados o mienten o no entendieron la película, que en modo alguno afirma tal cosa. El actor, el chico rudo de la izquierda gringa, el brawler biempensante que tanto gusta con esa actitud de soy bravucón y no me baño pero es que soy sensible, resultó un sacón.
Del Castillo es en realidad más que la protagonista: es el tema central, es la voz predominante de la serie. Lo que permite el documental es simplemente escuchar su lado de la historia, un lado que hasta ahora habíamos conocido muy escasamente, y en eso radica su interés. Sin más. No, no es una serie que dude mucho —sale John Ackerman, que desconoce la duda—, ni una serie con grandes revelaciones o destinada a mostrarnos las diversas caras del conflicto que empezó con la visita al capo y terminó con Del Castillo huyendo de una persecución que las autoridades mexicanas llamaban legal, y ella y sus allegados califican de política. Es una serie con agenda.
Y una serie que a la actriz le habrá costado ejecutar, porque en esencia es la historia de un engaño, una traición, y no es fácil recordar, o sea revivir, una traición. La traición de Penn, claro, que se empeñó en ir con El Chapo no para hacer una película, como acordó con la actriz, sino una entrevista, la que acabó por publicar como “crónica” en la Rolling Stone, y que consiguió acreditaciones como periodistas para él y dos realizadores que lo acompañaban pero no para la mujer a la que utilizó, exponiéndola vilmente. Que no es periodista, se excusó en algún momento. Nadie que lo haya leído puede pensar que él sí lo es, y acreditación tenía.
Evidentemente, a eso teme realmente Penn: al descrédito, al resquebrajamiento de su imagen de chico lleno de preocupaciones sociales y gallardo y macho pero noble. Otra vez, se asusta innecesariamente. Su imagen de narcisista simplón, manipulador y cobarde estaba de sobra acreditada antes de la serie. Relájate, Sean.