Por fin alguien detuvo al América que le puso mucho sabor al futbol organizado de nuestro país. Bienvenido el nuevo campeón que añoraba ese privilegio desde 2010 pues le arrebató el premio a un Santos que lo superó en todo hasta que llegó la tragedia de los penales.
Felicidades al Infierno porque su paciencia, inversión cuantiosa, insistencia en seguir creyendo en ellos más la ligera ayuda arbitral, le otorgó el gozo inmenso del campeonato.
En esta final, se supone que la mitad del país interesado en el futbol se convirtió en diablo por asociación directa a la solidaridad. De alguna manera ya estábamos hartos de
todo lo que se asemejara a lo amarillo sin necesidad de restarles méritos. Se estaba pasando el límite de lo soportable. El destino quiso que el pecado del infierno se transformara.
Sumando ambos juegos de la final, los dos estuvieron muy desarticulados, deslucidos. Las emociones las causaban los intentos de gol por el hecho de querer que alguien fuera campeón. Era más la presión exterior que la intención interior.
Felicidades a la organización escarlata porque supo dejar en cero a los dueños de muchos elogios que por ahora se vieron detenidos. Pensar que en una final, atractiva o no, Santos hizo cinco goles en un solo partido. América no pudo hacer ni uno en dos confrontaciones. Aquí radica el mérito aunque incomode y también se restablece el honor de recordar a quien sí pudo hacer algo distinto.
Se abre una nueva época donde lo muy agradable quedó atrás, digno de recordarse y pensar que alguien más lo pueda intentar. El tricampeonato tuvo su momento y espacio meritorio. El “tetra” hubiera sido ya insoportable porque no representaría la verdadera realidad de nuestra competencia.
Por ello, bien por Toluca que abrió el infierno para que los males se fugaran. Bendito Diablo celestial.
