En la obtención de su 34 campeonato de liga hay un reflejo simbólico de lo que significa ser y estar en este funesto 2020. De hecho, es muy probable que no lo hubiera ganado de no ser por el parón que trajo consigo el covid-19. Cada día, cada instante, se multiplicaron las evidencias de la fragilidad de los seres humanos -sin distingo de condición social o económica-. Nadie está exento de la posibilidad de contagiarse y morir apenas en un breve lapso. Los deportistas de élite son tratados como semidioses y muy pocas veces salen de su Olimpo. La Pandemia los rehumanizó y cobraron conciencia de esa parte primitiva que exige del esfuerzo diario y continuado -el que no trabaja, no come-. La estela de muerte y el posible colapso bajó a mucha gente de su nube y los hizo reaccionar.
Zinedine Zidane sabía de la calidad de su plantel, pero eso no bastaba, se requería de una entrega total: de transpiración más que de inspiración. Y los ejemplos más grandes de ello encarnan en Sergio Ramos -un capitán de época- y el centrocampista Casemiro. Ambos mostraron lo que es jugar con el cuchillo entre los dientes y mostrar un espíritu guerrero; hicieron que el resto del equipo se pusiera a currar, a trabajar sin escatimar esfuerzo.
El arte estaba reservado para Benzema -en plena madurez- y los renovados Modric y Kroos. Bastaba ver los arranques de Mendy por la banda para apreciar esos despliegues físicos -mucho músculo-.
