Un año rarísimo marcado por un posible punto de quiebre para la civilización (ya veremos si de verdad cambiamos). La vida pública casi se extinguió (para muchos) y en la cuarentena recurrimos al arte para sobrevivir -nunca mejor dicho-. Y en ese contexto, la música es un bálsamo para resistir ante la adversidad.
Como es usual, se llegó el momento de realizar el recuento de los mejores álbumes del primer semestre del año y encuentro lógico que exista demasiada turbulencia y convulsión. Con todo, la crítica especializada se volcó sobre el Fetch The Bolt Cutters de Fiona Apple (que en lo personal no me encanta), así como también en el Rough and Rawdy Ways del inmenso Bob Dylan, al que la gente llevó a lo más alto e imponer records históricos.
En lo personal, me decanto por Set My Heart on Fire Immediately de Perfume Genius; aquí el pop electrónico de Mike Hadreas alcanza cotas altas de calidad y es tan emocional como autobiográfico; Un manifiesto de la cultura gay contemporánea y de la libertad.
La gran sorpresa se la lleva Pearl Jam con Gigaton -un inesperado regreso muy político y en plena forma-. Por otra parte, apuesto que mucho se va a polemizar acerca del Kick i, un complejísimo mosaico afterpop en el que Arca reúne toda la cultura pop y hace chirriar a la electrónica de vanguardia junto al folk venezolano. También se agitan las aguas con el pronunciamiento de Alejandra Ghersi al definir su sexualidad como No Binaria.
Por lo general, los disco en vivo son subvalorados, pero habrá que destacar el de SOHN con la Metropole Orkest -una belleza en la que el R&B digital convive con lo orquestal-. Por ahí andan también Phoebe Bridges y otros tantos. La buena música no escasea.
