Llevar la cuenta al dedillo de los equipos dirigidos por Javier Aguirre es más sencillo que contar los riesgos que ha asumido. Dueño de una trayectoria llena de aventuras, su carrera como entrenador da para escribir un manual y una novela. Curtido en copas, ligas, mundiales o eliminatorias; dispuesto a dirigir equipos chicos, medianos o grandes; latinoamericanos, europeos o asiáticos; a lo largo de este insólito camino profesional, atesora un valor muy complicado de encontrar en el mundo del deporte: a estas alturas del partido, el Vasco conoce más del futbolista que del futbol. Porque el futbol es un juego sencillo a la vista de todos, pero el futbolista, como cualquiera de nosotros, es un misterioso depósito de emociones, ideas, ilusiones, frustraciones, problemas, alegrías, tristezas, dudas, dolores, miedos, energías y sensaciones. Existen muchos estilos de juego, pero solo hay dos clases de entrenadores: aquellos que miran al jugador como una pieza del sistema, y aquellos que miran al futbolista como parte de sus vidas. Aguirre pertenece al segundo grupo, es de los que recuerda a cada uno de los hombres que entrenó. Puede ser un padre, un amigo, un maestro, un compañero o un patrón, pero por encima de todo, es un entrenador: dentro y fuera de la cancha, tiene la capacidad de enseñar. En el deporte profesional suele confundirse la mano dura, con la mano educada. Hay quienes comparan la disciplina deportiva con un régimen y quienes prefieren verla como una oportunidad para ser ejemplar. Cualquier equipo en el mundo, por grande o pequeño que sea, tiene más posibilidades de éxito si al interior de su institución se interpreta la palabra equipo como el fundamento humano de toda organización. El día que Aguirre se detenga y decida cambiar el giro de su vida, el futbol mexicano no podrá darse el lujo de desaprovechar tanta experiencia. Por ahora, la última estación a la que lleva su equipaje, tiene todos los síntomas de un equipo que necesita atención. El Leganés, último de la tabla, escaso de recursos, arrinconado en la capital de la Liga española y con la supervivencia como único objetivo, no contrató al Vasco solo por lo que sabe, sino por lo que enseña.
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José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
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