El calor provoca sequías y también genera enfermedades. Y a partir de marzo han comenzado con altas temperaturas en casi todo el país. Esto se atribuye al Fenómeno del Niño, al Calentamiento Global, o por lo que sea, pero deja entrever que este 2021 será más caluroso. Una situación que ya deberíamos estar habituados por la experiencia de otros años, pero tal parece que no es así.
Aunado a esto se encuentra la escasez del agua, una situación dolorosa y difícil para quienes la padecen. Una circunstancia que nos hace ver la fragilidad humana ante este tipo de imprevistos. Nadie en su sano juicio imagina que una mañana al despertarse, entra al baño y no cae agua de la regadera. No podrá perder el tiempo subiendo a la azotea para revisar el tinaco, simplemente se arreglará para irse a trabajar, confiando que al volver el asunto se habrá solucionado. Pero no es así. No hay agua en su casa, ni en toda su cuadra, y lo peor, en varias manzanas a la redonda. Esto es más que una pesadilla.
Una pesadilla real como la que han vivido los ciudadanos de más de 200 colonias en la zona metropolitana de Guadalajara, debido a la escasez del vital líquido en la Presa Calderón; algo terrible, como si no fuera suficiente la pandemia que se vive. Además resultó un fuerte golpe a la economía de muchas familias que debieron pagar por el servicio de pipas.
En su libro Bottled and Sold: The Story Behind Our Obsession with Botled Water (Island Press, 2010), el científico estadounidense Peter Cleick, reflexiona en torno la manera en que algo tan común como es el agua se convirtió en un artículo de lujo. Cómo es que en los Estados Unidos, cada segundo miles de personas compran una botella de agua, lo que da como resultado que sean alrededor de ¡85 millones de botellas por día!
Aunque algunos no prefieren cualquier marca, sino que escogen las que se anuncian como aguas de mayor calidad, y cuyo costo se eleva en más de los veinte dólares. Tal cantidad de agua hace ver la obsesión, la cual no es más que un amor desmedido por las botellas de plástico, cuando podrían consumirla gratis abriendo una llave en su propia casa.
Con ese tipo de conductas pareciera que en muchas personas, no solo estadounidenses sino de otras naciones, incluyendo la nuestra, existe la ciega creencia de que el agua nunca se va a terminar, que el caudal es infinito, y seguirá saciando la sed de la humanidad y las demás especies hasta el final de los tiempos.
Esa falaz idea sigue siendo compartida, y los síntomas de una crisis hídrica la estamos viendo en diferentes puntos geográficos. Ya no se trata de casualidades sino de causalidades que nos obligan a tomar conciencia. James Graham Ballard en una de sus novelas más conocida llamada La Sequía (Debolsillo, 2009), plantea algo simple pero peligroso, la contaminación ambiental ha formado una capa que impide el ciclo del agua, al eliminar la evaporación.
Como en los inicios de la humanidad, los sobrevivientes se ven obligados a vivir al pie de arroyos, lagos y ríos. Un panorama deprimente pero realista, a pesar de que fue en publicada en 1964, su mensaje continúa vigente. Cada día el agua se va perdiendo, y en el Planeta Azul nadie parece querer enterarse.