¿Subo o no subo tal o cual foto? Muchos cuestionan este tipo de decisiones y otros han decidido que compartir su intimidad en redes es parte de su journey. Son decisiones personales que no serán juzgadas en estas líneas y que pertenecen a los parámetros que plantea la vida en el siglo XXI.
La dimensión de lo público y lo privado, antes dos categorías excluyentes, ahora se desdibujan en un mosaico más complejo. Nuestra rutina rodeada de dispositivos electrónicos nos abre nuevos panoramas de calidad de vida, información, servicios y problemas resueltos en clicks y scroleos. Lo asimilamos muy rápidamente pero si miramos atrás, cualquiera que sea millennial o mayor ha visto un salto cuántico de tecnología en su tiempo de vida.
Y como siempre con un gran don, viene un gran compromiso. En los últimos años se ha destapado la discusión alimentada por escándalos como el de Cambridge Analytics y documentales como el Dilema de las Redes Sociales y Términos y Condiciones, que ponen el foco en la importancia de nuestra data y cómo ésta se convierte en la materia prima de la sociedad de la información que se sigue consolidando.
No se trata sólo de los permisos que damos a las apps y a las plataformas, y cómo renunciar a todo esto de alguna forma nos deja excluidos de la conversación pública y de cierta conectividad, sino de la dualidad entre la gran ventaja y la vulnerabilidad de tener tu vida digitalizada.
La realidad es que diariamente en mayor o en menor grado, de manera consciente o inconsciente, generamos cantidades enormes de data, en muchos casos relacionados con nuestros insights emocionales más profundos.
Suena exagerado pero más de una vez hemos visto o hemos protagonizado alguna publicación a modo manifiesto en el que hacíamos algún tipo de duelo o defendíamos fervientemente alguna opinión o postura filosófica relacionada con nuestro core de creencias. Sabemos que todo va a la “nube” pero ese constructo no es tan etéreo, son máquinas que trabajan día y noche almacenando data en algún lugar del planeta y bajo la administración de alguna compañía privada.
Esto vuelve a plantear la pregunta del millón:¿Quién tiene acceso a mis datos? La verdad, todavía no tenemos resuelta la respuesta del todo, son muchas formas en las que se cuela la data, muchos usos, muchas ambigüedades respecto a los derechos de autoría/pertenencia y vacíos en las regulaciones. Estamos viviendo un proceso de reconfiguración de la humanidad y esto ha sido parte del precio de estar conectados.
El deseo y derecho que reclaman mucho es la capacidad de tener capacidad para administrar el destino de su data, sobre esto se está trabajando pero lo cierto es que queda un camino largo. Por otra parte, hitos como la pandemia desde 2020 dan un contexto idóneo para justificar medidas que en otras condiciones serían criticadas, como el monitoreo oficial de desplazamiento de los habitantes como recurso de control sanitario.
Y es que la data no es solo un tema de interés de las empresas, también hay una dimensión en la que la geopolítica está teniendo injerencia. Ejemplo son los vetos de apps como Tick Tock que países como Estados Unidos e India han ejecutado en nombre de protegerse del ciberespionaje de China. O la normalización del monitoreo de la vida privada de los ciudadanos que llevan gobiernos en varios países de Asia.
Tampoco se puede dejar de lado la carrera por el 5G y la instalación de redes a nivel mundial. Es el mundo en que vivimos, que plantea nuevos retos y ventajas inimaginables décadas atrás.
La pregunta retórica sería ¿sabías realmente a lo que te estabas comprometiendo cuando te inscribiste en Facebook hace más de una década? ¿Lo sabes ahora?
Ida Vanesa Medina P.