Wish You Were Here suena en Radio Yautepec y comienza a llover. Nos estacionamos y corremos hacia la cafetería. Una lluvia ligera, que nos moja hombros y cabelleras. Con un latte y agua de mamey vemos llover sobre árboles de flores rojas en los montes que marcan la frontera entre Ciudad de México y Morelos. Aspiramos a la serenidad mientras estemos cerca de esto
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El problema es no haberlo identificado. Mis fallas siguen siendo mis fallas. Mis faltas siguen siendo mis faltas. Las mismas, una y otra vez, sin variación. La decepción es que cada día me esfuerzo porque sea diferente. Me esfuerzo mal, me esfuerzo en vano. Mis fantasmas siguen siendo mis fantasmas. Y es tropezarse con la misma piedra, pero sobre todo es no haber sido capaz de identificar el problema. Algo relacionado con la desilusión y la cobardía. Algo relacionado con la tristeza y el ansia. Los derrumbes son mucho más fáciles que las construcciones. Es impresionante cómo, una vez terminada la infancia, todo se rompe. Resulta inevitable, aunque los acontecimientos pueden fluir significativos y suaves. Es posible caer con la sangre libre de fallas y faltas y fantasmas. Ser una persona fuerte, completa y resistente para ti, para alguien más, para ayudar, para quizá participar en un nacimiento. No sé qué más decir ni cómo decirlo: en estos últimos años me he torcido. Intuyo los caminos que me enderezan (los intuyo sin haberlos encontrado). Quiero asumir las responsabilidades de las que siempre he huido. Aún tengo tiempo, poquito, pero todavía tengo. Me aferro a eso como si fuera un crucifico.
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Estamos tan cómodos en esta cafetería de cara al espacio abierto, conscientes de las permanentes presencias de pájaros y flores, cuyos colores de dimensiones distintas (visual y sonora) son intensas invitaciones a tranquilizarse, perder cualquier vanidad y ser. Y estar. Y callar. Y escuchar. Y tranquilos, humildes, presentes, en silencio, empáticos, trabajar. Y así, bajo el influjo de estas sensaciones, siento con claridad que es posible dejar mis fallas, faltas y fantasmas atrás.
Más lejos brilla un rayo gigantesco, y por más que lo esperamos (cinco, 10, 15 segundos), nunca nos llega el estruendo del trueno, y yo pienso en luz y en sonido, en la idea siniestra de cómo a veces la distancia distorsiona los hechos y arroja hacia ciertas miradas limitadas la certeza de brillos que han perdido sus voces.
Hugo Roca Joglar
