La solicitud del Papa de disponer al final de su vida de una tumba sencilla, una caja modesta y por epitafio solo su nombre, refleja la congruencia con que ejerció su Pontificado: con profunda humildad, renunciando a los innecesarios lujos y rituales protocolarios. Y con la misma sencillez se despidió de este mundo.
Fue sin duda un revolucionario con la tarea más importante en su posición de líder: devolverle a la espiritualidad su verdadero sentido, que es el ejercicio del amor y del servicio al prójimo.
Nos hizo recordar que ritos y dogmas, ocupan un lugar secundario, por debajo del amor a la humanidad. Se dedicó a promover la idea original que dejó Jesús en su venida al mundo: atender y servir al prójimo, en lugar de enaltecer su figura.
Una de sus iniciativas más contrastantes con los dogmas, fue buscar que la Iglesia tuviera espacio para todos, hizo un lado las banderas y fronteras de la religiones, para recordarnos que Dios no vendió franquicias a nadie para representarlo en esta tierra.
Esta necia postura de muchos religiosos, de ostentarse como los poseedores absolutos de la verdad, es el más grande de los extravíos y aberraciones. El Papa reconoció la evidente: que todas las religiones tienen al mismo y único Dios como eje rector.
De ahí en fuera, todas las barbaridades y crímenes que se han cometido en el nombre De Dios y el actual divisionismo, son meramente un producto de la locura y la necedad humana. Nada tiene que ver ese desvarío ideológico con la naturaleza amorosa del Padre Universal ni con las enseñanzas del Maestro Jesús.
El mundo se ha encargado de desvirtuar el mensaje original con sus fanáticas ideas del pecado, el infierno y una salvación de una supuesta condena eterna extraída de las mentes más retorcidas.
Nosotros nos creamos nuestro propio infierno. Creer que existe un lugar así, significaría que al Padre se le ha escapado un pedazo de la creación de las manos.
Si el trabajo del Papa nos ayudó a abrir un poco los ojos para dejar de lado el fanatismo y enfocarnos al amor y al servicio, entonces estamos más cerca de conocer a Dios y de entender que vive en todas partes, pero fundamentalmente dentro de nosotros.
