No se ha hecho justicia al discurso de México ante la 75 Asamblea General de la ONU. Ha habido bromas, como si hubiese sido una cháchara improvisada, una serie de ocurrencias de un individuo de educación rudimentaria. Y no. Era la postura del gobierno de México: un documento preparado por varias secretarías de estado. En el discurso hubo una nueva definición de la política exterior, un programa completo, que pasará a la historia (y al artículo 89 de la constitución). Hasta ahora, la cancillería había explicado la política mexicana con un juego de palabras de dudoso ingenio: la mejor política exterior es la interior. Esto es una elaboración doctrinal completa y coherente, expuesta además con un lirismo que es raro encontrar en documentos así.
La parte sustantiva del texto era un relato infantil de la historia de México (en realidad la mitología de las estampitas de historia de México) para decirle al mundo, educadamente, que no nos importa ninguna otra cosa. Se le dio especial importancia, como indicador concreto de futuro, a la fingida rifa del avión presidencial, para explicar gráficamente nuestra pequeñez, sin perder dignidad. Era necesario decir que en eso hicimos trampa (“está en venta, ya lo rifamos y todavía vamos a venderlo”) para comunicar nuestra complicada relación con la ley, la verdad y la decencia —para que nadie se haga ilusiones sobre lo que pueden significar los tratados internacionales cuando aterrizan en nuestro territorio (el Acuerdo de París, pongamos por caso, o la Convención del Acnur).
En síntesis, fue una radicalización del principio de no-intervención, que se traduce en que México no piensa intervenir en nada. Deliberadamente, para hacerlo notar, México no habló de ninguno de los problemas globales: ni de migración ni de derechos humanos, ni del calentamiento global ni de seguridad ni de la crisis económica, ni siquiera en realidad de la crisis sanitaria. Nos limitamos a decir que no se cuente con México para nada, que se olviden los centroamericanos y los migrantes, lo que fue el Tercer Mundo. Eso sí lo dijimos alto y claro: nosotros tenemos un tratado con los Estados Unidos, y no necesitamos nada más. Y como apostilla, por si hiciera falta, México no cree en el Derecho Internacional, sino en la fraternidad universal.
La fórmula que usamos para resumir el significado último de la nueva política, con una expresión inolvidable, fue la evocación de Mussolini (“Fue tan importante su proceder y su fama que Benito Mussolini lleva ese nombre porque su papá quiso que se llamara como Benito Juárez”). Algunos confunden de mala fe: no dijimos que Mussolini, desde la cumbre de su grandeza, invocara a Juárez, sino que su padre, en su modesta posición, algo supo de México. La anécdota es un modo de confesar de nuevo nuestra insignificancia, decir que nos conmueve que otros se fijen en nosotros (“Vino un turista y dijo que el pueblo era bonito: ¡y venía del extranjero!”).
Agradecimos mucho que se nos permitiera hablar en un foro tan importante. Después hablaron los representantes de Micronesia, Mónaco, Mongolia, Montenegro y Mozambique.