La violencia contra las mujeres es una constante en la historia reciente de México. Trágica, vergonzosa, la única señal que realmente importa para entender la clase de sociedad que hemos creado. Por supuesto, es un fenómeno complejo, pero no estamos a ciegas, hay estudios, estadísticas, sabemos bastante bien lo que sucede, y mucho de lo que hay que hacer. Combatirla podría ser, mejor dicho, debería ser el eje de un programa de gobierno que asumiera el modesto propósito de contribuir a la civilización de la sociedad mexicana: obligaría a articular las políticas de seguridad, administración de justicia, población, empleo, salud, educación, asistencia social. Y además el éxito se podría medir con indicadores indiscutibles, como la tasa de homicidios.
La semana pasada el gobierno lanzó una campaña de publicidad para prevenir la violencia doméstica. En el anuncio hay tres escenas: un hombre mayor deja caer unos platos, su hija amaga con golpearlo; dos muchachos, el texto dice que son pareja, discuten por el volumen de la música; unos niños juegan en una escalera, el padre hace gestos de gran enojo. La voz en off dice: “Cuenta hasta diez, y saca la bandera blanca de la paz”. La secuencia es ridícula, pero hay que tomársela en serio. Es lo que el gobierno está dispuesto a hacer, y si parece una burla es porque es una burla. No se decidió ni se anunció por error.
El portavoz del Ejecutivo federal, Jesús Ramírez, dijo que la campaña se diseñó “en un diálogo con diferentes sectores”, y que está pensada para “dar herramientas a los ciudadanos que les ayuden a que situaciones tensas en la familia no terminen en violencia”. Sobre el contenido, explicó que “es un método antiguo, pero muy sabio y además muy eficaz” —y no se puede ser más ambiguo, porque es imposible saber qué significa método, antiguo, sabio o eficaz. Sólo está claro que la idea del gobierno es que para ese problema bastan los consejos de la abuelita.
Lo primero que llama la atención en el anuncio es que las posibles víctimas de violencia no son mujeres (Ramírez: “es para no caer en los clichés”). Y bien: es indudable que hay violencia contra los niños, contra los ancianos, pero omitir precisamente a las mujeres, en México, hoy, es insultante. Ese solo silencio es un discurso entero, torrencial. Pero además el mensaje está pensado para disculpar la violencia. En todas las situaciones hay un motivo para el enojo que cualquiera puede entender. La violencia es un arranque que puede tener una buena persona, que se explica por las circunstancias, y que se puede controlar. Quien pensó la campaña, y quien la aprobó y la lanzó y la explicó, no tiene ni idea de lo que es la violencia contra las mujeres.
Pero además las ocasiones que se presentan son absolutamente triviales: el volumen de la música, el tiradero de juguetes, unos platos rotos. Es decir, que quienes están en el gobierno piensan que el problema de la violencia contra las mujeres en realidad no existe: hay una cosa trivial, que tiene que ver con asuntos domésticos, y que se resuelve con un consejo. Es una medida muy exacta de estatura moral.