Cultura

Las mutaciones de Scarlett Johansson

Emergió de Un mundo fantasma (Zwigoff, 2001), tras aparecer en algunos filmes como actriz de reparto. Le dio vida a la misteriosa joven del arete de perla y fue una de las hermanas Bolena; la escuchamos como un hipnótico sistema operativo en Her (Jonze, 2013), enamorando a Joaquin Phoenix y solamente Bill Murray supo lo que le susurró al oído en Perdidos en Tokyo (Coppola, 2003).

Woody Allen la adoptó como diva juvenil durante algún tiempo, se convirtió en Janeth Leigh y la hemos visto como heroína emergente en Iron Man, Los vengadores y El Capitán América, asumiendo el papel de la Viuda Negra que parece ya instalarse como parte del universo Marvel llevado al cine.

Ahora es una de las actrices del momento que transita de Estados Unidos a Europa y de las producciones de los grandes estudios a las películas de corte más independiente, mostrando una mayor versatilidad en sus registros actorales, tanto los exigidos por las películas de acción como los de cierto rango dramático. Dos ejemplos de su filmografía que nos llegan por distintas vías.

Lucy

El parisino Luc Besson, productor compulsivo y director que no le teme al exceso, disfruta creando personajes femeninos fuertes (mejor desarrollados los de ficción que los de la vida real) de pronto envueltos en situaciones que les exigen capacidades impensadas, como ha sido el caso de Nikita (1990), contando con la interpretación de Anne Parillaud; El perfecto asesino (1994), con Natalie Portman naciendo al cine; El quinto elemento (1997), trampolín para que Milla Jovovich hiciera su carrera como exterminadora de videojuego y, de paso, interpretar a Juana de Arco (1999), que no podía faltar; Angel-A (2005) con una salvífica Rie Rasmussen y La fuerza del amor (The Lady, 2011) con Michelle Yeoh en el papel de Aung San Suu Kyi, opositora birmana ganadora del Nobel de la Paz 1991.

Ahora le toca el turno a Lucy (Francia, 2014), una joven común encarnada por Johansson, consiguiendo darle el contraste antes y después del evento transformador, que parece estar en el momento, lugar y con el tipo equivocados: su manipulador novio le pide entregar un maletín a un mafioso en un lujoso hotel de Taipei y ante las reticencias, termina por ponerlo en su muñeca, sellando de esa manera su inesperado destino.

El encargo se convierte en toda una pesadilla y acaba con un paquete de droga en el estómago para contrabandearlo, situación que se complica al ser atrapada por una banda rival; la sustancia estalla en su vientre y ella empieza a desarrollar una inusual capacidad cerebral que se manifiesta por la anticipación de los hechos, control de la materia, inmunidad al dolor, poderes sobrenaturales y creación de conexiones imposibles para los humanos.

La primera hora del film resulta absorbente: el manejo de la edición con las inserciones de las escenas de animales y la conferencia del especialista sobre desarrollo de la mente (Morgan Freeman), así como el uso del tiempo y el espacio fílmicos, redundan en una narrativa llena de vitalidad y emoción a flor de piel. El resto va tendiendo al disparate argumental y al exceso en la puesta en escena, aunque sin perder en el camino a quienes nos había atrapado momentos antes: como la clave de la existencia es la velocidad, ni cuenta nos damos cuándo terminó la película.

Claro que hay un sabor cosmopolita en la producción: locaciones en París, Berlín y Taipéi, además de un reparto multinacional, en el que además de las figuras estadunidenses destaca el coreano Min-sik Choi como el maloso dispuesto a todo con tal de obtener la droga maravillosa, similar a la que circulaba por Sin límites (Burger, 2011). Al final, se trata de una buena muestra de cine híbrido, en el que se dan cita apuntes del cine francés, superproducción hollywoodense y estética asiática de hiperkinética construcción.

Sin nombre propio

Realizador de videos para Nick Cave, Radiohead y Blur, entre otros grupos de la élite rockera, Jonathan Glazer debutó con Sexy Beast (2000), enclavada en los ambientes gansteriles ingleses y que contó con una intensa actuación de Ben Kingsley; después realizó Reencarnación (Birth, 2004) y tras un largo lapso sin dirigir, presenta Bajo la piel (Under the Skin, RU-EU-Suiza, 2013) filme basado en la novela de Michel Faber (en la que los incautos terminan siendo la merienda de los extraterrestres, situación no presentada en la película), que termina por ser enigmático y atrayente, aunque por momentos reiterativo, subrayando más allá de lo necesario y, en determinados episodios, dando vueltas en círculo.

Scarlett Johansson se mete, justamente, en la piel de un ser venido de otros mundos cuya misión parece ser atraer hombres a una pantanosa negritud donde quedan atrapados y diluidos, ayudada o/u obligada por algún motociclista que, en su caso, termina el trabajo sucio. Ya con su forma femenina, esta criatura al más puro estilo de la mucho más convencional Especies (Donaldson, 1995), anda de cacería manejando una camioneta aunque parece no saber por qué o no estar del todo convencida: como estrategia para capturar a sus presas dice que está perdida, solicita ayuda y ofrece aventón, pero acaso en efecto esté extraviada en un mundo que le resulta por completo ajeno.

El despliegue visual consigue contrastar los amplios espacios naturales y las zonas urbanas escocesas, así como colocarnos ante la mirada entre atónita y sorprendida de la protagonista, quien va siendo testigo de una realidad que le es ajena: conoce el abuso y la comprensión masculina, la camaradería femenina, la solidaridad y la violencia, el rechazo hacia el diferente que sale de noche y hasta lo mal que saben los pasteles de chocolate. Como sentirte extraño en tu propia casa.

www.cinematices.wordpress.com

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Fernando Cuevas
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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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