La eficacia en la política va a contrapelo de los valores y las actitudes más nobles. Sin duda el presidente López Obrador es un político muy eficaz; la mejor prueba es su popularidad frente a los malos resultados de su gestión; en los rubros de mayor importancia su gobierno está reprobado, incluso en el de la lucha contra la corrupción, pero él tiene una aprobación mayor al elevado porcentaje con el que fue electo.
López Obrador se ha mostrado duro en exceso. Lo ha sido por el costo humano en la mala gestión de la pandemia. También por su respuesta a la protesta por la falta de medicamentos o al reclamo de las mujeres por la violencia de género o el de las víctimas de la delincuencia.
La eficacia política no da para contemplaciones. El Presidente ha tenido una actitud ingrata hacia sus colaboradores defenestrados. Los casos son múltiples: Carlos Urzúa, Gabriel García, Eréndira Sandoval y recientemente Santiago Nieto y Arturo Herrera. No cuentan Josefa González-Blanco, Olga Sánchez, Javier Jiménez Espriú, Alfonso Romo o Julio Scherer. Ellos decidieron irse y ellas han sido tratadas con amabilidad. Germán Martínez decidió renunciar y tuvo el valor de exponer las razones de su partida, como también lo hiciera Jaime Cárdenas.
No hay contemplación para quien cae en falta a la causa. Atiende a la necesidad de imponer sanciones ejemplares para que nadie se dé por inadvertido. Mantener la disciplina y especialmente la obediencia es indispensable en la mentalidad de guerra en la que se ha domiciliado el Presidente.
El Presidente se ha ensañado con Arturo Herrera. De ser cierta la versión del enojo presidencial por las asignaciones presupuestales a las que tenían derecho los gobernadores que concluían este año, la actitud sería la de una persona ruda en exceso, que asume que los recursos públicos pueden dispensarse a capricho y a partir del interés político del proyecto en el poder. Esta conducta es ajena a la democracia.
Efectivamente, el Presidente se ha instalado desde el inicio de su gobierno en una situación de guerra. Para él la lealtad debe ser total, cualquier vacilación de los propios es traición. Lo peor de todo es que esta forma de paranoia no cede con el tiempo, más bien se agrava y quienes le acompañan deben someterse al código de la sumisión total. De allí la desbordada confianza del presidente en los militares, su creciente reserva a los propios y la agresiva hostilidad a los de enfrente, no sólo a los opositores, también a quien disiente o no se somete, incluida la prensa, el INE, la UNAM, los órganos autónomos, la Corte y, por lo visto, el Banco de México. El decretazo corresponde a esta psicología del poder. No hay espacio a la libertad, al escrutinio social del poder, mucho menos al derecho de disentir o a la crítica. Todo debe ser a la medida justa del régimen de la pretendida causa superior que inspira el proyecto político en curso, por lo que no hay lugar a la indulgencia ni al comedimiento.
Federico Berrueto
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