Con un Presidente que diario da muchísimo de qué hablar, perder la brújula es sencillo. Sean uniformes de la Guardia Nacional que parecen uniformes militares; sea el resurgimiento de agravios de hace 500 años que generan desencuentros internacionales, la conversación pública siempre está dominada por la declaración presidencial.
Los críticos se refieren a esto como “ocurrencias”: el Presidente saca la agenda pública conforme a lo que le viene a la mente antes de encender el micrófono. Quienes están a favor le llaman “bolas de estambre”: juguetes para distraer a la oposición. Con ambos casos la implicación es la misma, se pierde el tiempo en nimiedades.
Eso en gran parte porque así lo quiere el Presidente. No porque solo se trate de “ocurrencias”, pues basta con consultar su libro 2018: La salida (Planeta) para ver que gran parte de lo que hoy propone y repite lo tenía en mente desde hace varios años, sino también porque esa agenda diaria carece de un contenido sólido; muchas veces parece el relleno de un compromiso que el Presidente se autoasignó.
A principios de febrero, por ejemplo, se dedicó tiempo en la conferencia matutina a develar un timbre postal.
Lo que se tiene, entonces, es una mezcla de ambas: distracción y falta de contenido. Ocurrencia y bola de estambre.
El asunto es que con ello se deja de atender la agenda fundamental, la que busca enraizarse, la que se mueve a paso veloz y trae serios problemas.
Se anuncia la carta a la Corona española al mismo tiempo que se anuncia “pobreza franciscana” porque el presupuesto no cuadra. Se presentan los uniformes de la Guardia Nacional e inadvertido pasa que el plan del Tren Maya va por adjudicación directa aunque hace semanas se prometió lo contrario.
Se cambia la medición de datos para decir que los homicidios disminuyen.
A la Comisión Reguladora de Energía van los mismos candidatos rechazados por incompetentes hace unas semanas.
La Conquista empezó hace 500 años, pero sus espejos siguen siendo igual de efectivos hoy.
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