Hay un amor que tengo en casa, un amor que es incondicional, que día a día está esperando que lo abrace, que sonría con él, un amor que espera más que un plato de comida, ese amor que cada mañana me ve a los ojos y me hace alguna pirueta con tal de agradarme, pero yo siempre con el celular en la mano sólo abro la puerta, dejo que me salude y al momento que quiere correr a mis brazos, me quito diciéndole que me deje trabajar, porque ya tengo mil pendientes que atender.
Desde hace un mes estoy trabajando en casa y sus ojos voltean a verme como cuestionando: "¿Qué hace aquí?", en momentos me siento en el sofá y me doy el tiempo de abrazar y sentir ese amor, ya lo veo, ya lo abrazo, ese amor mis queridos amigos, son mis mascotas: La Flaca y La Canela.
La Flaca está cumpliendo once años, una perra chihuahua que mamá me regaló atendiendo el mito que son buenas para contrarrestar las alergias. Es una perrita que sabe cuándo estoy molesta y más cuando estoy triste, es independiente, inteligente, gran guardiana, se pone a ladrar como loca cuando alguien se acerca a dos metros a la redonda, no tolera que gente desconocida se me acerque. Desde que la vi me encantó y dije es “mi pastor alemán en pequeño”.
La Canela es una perra criolla, entre french poodle y schnauzer, llena de alegría y locura, le encanta correr, jugar, escarbar y saltar. Tiene cinco años y fue elegida por mi hermana Alicia (q.e.p.d), para mí y fue ella quien la trajo a mi hogar. Ambas perras tienen gran significado, porque han sido el regalo de mis dos grandes amores.
Pero eso no es todo, en casa hay una inquilina que ha venido a enseñarme lo simple que puede ser la vida, cuando se vive y dejas vivir. Sin invadir a la persona con quien estás, ella en su espacio, en su mundo. Desde que llegó, le tuve cierta aberración, con el pretexto de mi alergia trataba por todos los medios de tenerla lejos, hablo de Luna, una gata calicó que, por artes del destino, llegó a casa para quedarse.
Al principio, se le dificultó adaptarse a su nuevo hogar, ya que vivía en un espacio más amplio, donde era única, la reina de su casa, vivía sola y sin caninos. Se le acondicionó un espacio en donde la encerraba, con tal de que no saliera y tenerla que ver, porque sólo verla me producía urticaria, según yo. Sin embargo, ahora que he estado en casa nos hemos hecho buenas amigas, he invadido un poco su cuarto y desde su espacio me ve y ondea su cola, en algunas ocasiones se me echa en el regazo y me amasa, dice la dueña que eso significa que ya soy de su familia.
Mis perras, mis amores y Luna, la acompañante ideal que no demanda posesión, que cuando ella quiere, simplemente lo pide y se echa para que le haga cariños, con su dueña se chipila, hace y deshace; conmigo es otra cosa: me ve y sabe que hay cosas que no debe hacer. Aún se preguntan cómo pude disciplinarla.
Hay dos formas de vivir esta cuarentena, una es llena de miedo y ansiedad, con el temor de que el virus llegue y la muerte nos lleve. Otra, es darnos la oportunidad de vivir en la casa y con los seres que elegimos, como si fuera el último día, volver a reconocerlos y saber si después de este aislamiento, quiero estar el resto de mi vida con ellos. De pronto, la rapidez de la vida sólo nos hace creer que todo se trata de tener, poseer sin pensar, sin disfrutar, sin vivir. Hoy sé porque La Flaca, La Canela y Luna llegaron a mi vida, puedo decir que quiero vivir con mis seres queridos, que sin darme cuenta, han llenado mi vida de amor, diversión y libertad.