En Nuevo León, la violencia de todo tipo crece, no hay nada que la detenga, y reducir su espiral de crecimiento no es solo responsabilidad del titular del Ejecutivo, sino de todas las instituciones públicas y privadas: la familia, la escuela, la Iglesia y, de manera particular, de cada ciudadano.
En lo que se refiere a la violencia física, MILENIO reporta que en lo que va del año ha habido en Monterrey 387 homicidios; que en el mes de marzo hubo 103 muertes violentas, y que en lo que va del mes de abril, el número de muertes violentas es de 52.
Cifras terroríficas, que a todos nos debería convocar a pensar en lo que tiene que ser pensado para detener la ola de violencia física que, quiérase o no, por acción u omisión, a todos nos envilece como seres humanos, porque no estamos haciendo lo que tenemos que hacer para detener la ola de violencia.
Esto es así porque, debido a que el hombre es el único ser que nace dos veces, primero biológicamente, después socialmente, ¿qué acontece si después de hacer nacer biológicamente a un infante, hombre o mujer, ni la familia, ni la escuela, ni la Iglesia, ni ninguna institución hace que éste nazca socialmente?
La respuesta es obvia: ¿Qué se puede esperar de un desventurado ente, hombre o mujer, que fue arrojado al mundo solo con lo indispensable para que con el apoyo de la familia, la escuela, la Iglesia o cualquier otra institución nazca socialmente y nadie se responsabiliza de hacerlo nacer socialmente?
Soy de la idea de que el ser humano no nace, se hace. Se comienza a hacer en el momento de nacer al sentir la ternura de su madre. Nada es sin formación, y la formación de seres humanos, la cual inicialmente debe ser de los padres, en muchos aspectos está en el olvido.
¿Cómo entonces detener la ola de crímenes?
Nos interesa lo inmediato, lo meramente instrumental, lo que deja una ganancia económica, no formar a hijos para que sean ciudadanos responsables. Tan irresponsables hemos sido en el crecimiento de la ola de violencia física, psicológica, sexual, simbólica, entre otras, que sin darnos cuenta, ya hemos normalizado la violencia.