Presentación sin superstición. Nuevo libro de Beatriz Gutiérrez Müller. No importa que sea martes 13. La cita es a las cinco de la tarde. A las cuatro cuarenta comienzan a caer las primeras gotas en la plaza más cercana a casa que encontraron. El Zócalo. Yo creo que alguien entierra las tijeras en el jardín. ¿No que sin superstición? Cesa la lluvia. Presentarán Pedro Miguel, Raquel Serur, Delfina Gómez, Verónica Velasco y Arturo Perrusquía.
El Presidente, por primera vez en su existencia, pisa esa plaza en calidad de acompañante; no de protagonista. Sale tomando de la mano a la autora -que además es su esposa- por la Puerta de Honor de Palacio Nacional. Tienen que caminar 20 pasos a la carpa. Los pueden ver de lejos quienes se trepan a la jardinera que está en la esquina de Pino Suárez y Josefa, al pie de una enorme jacaranda en… sin flor. Se quedan con las ganas cientos que arman valla humana esperándolos en la calle Josefa Ortiz de Domínguez. Por ahí nomás, pasarela de invitados. Ya casi para empezar arriba la presidenta electa, Claudia Sheinbaum.
Desde el edificio de la Suprema Corte, en contraesquina, se asoman algunos trabajadores que no son ministros. Por la plaza caminan muchísimos que se compran un morral o una nieve oaxaqueña de limón rayado en la ‘Fiesta de las Culturas Indígenas’ . Comienza puntual. Más -cada vez más- público afuera que adentro. El Presidente convocó en dos mañaneras, avisando que asistiría (como ‘oyente’). No se alcanza a escuchar casi nada… apenas una bocinita de patio de kínder atrás de la doble valla. Cómo no lo pensaron. No hay una sola pantalla. Pero la gente se arremolina y se arremolina. La presentación dura hora y media. No saben qué está pasando, pero se lo imaginan. Es mejor. Medio se escucha que uno de los oradores está contándoles un ‘cuentecito de Nietzsche’, en tanto el Presidente se frota con la zurda, vertical y lentamente el lado izquierdo de la cara, desde el cabello pasando por el ojo, la mejilla, hasta el mentón. “Está pagando las mañaneras”, dice con picardía el director de cámaras de una unidad móvil de televisión, que está en la esquina, desde donde está observando todo a través de sus monitores. Le pido posada un rato. Luego me tiro al mar de gente. Muchas mujeres. Vienen a ver ‘a la doctora’. ¿A cuál?, les pregunto; hay dos.
Quieren que les firme el libro. Cómo creen. No hay ejemplares de Feminismo silencioso. “Si lo quiere, hay que ir a la Gandhi… de a 320”, dice una señora que me lo muestra. Y no va haber firmas. Ella se va a ir por donde llegó. Otros creen que van a poder ver y saludar y darle regalos al hoy ‘príncipe consorte’. Nones. Él está sentado adentro, al centro, en la primera fila. A su derecha, Claudia, Martí Batres, Luisa Alcalde, el General Luis Cresencio Sandoval, Rosa Icela, el Almirante Rafael Ojeda, Leticia Ramírez. Los demás, atrasito de la raya, como dice la canción.
A la izquierda del mandatario, pasillo de por medio, su hijo Jesús. De cara a los que agarraron silla en las primeras filas, Beatriz dice: “No se puede imponer a ningún ciudadano lo que un gobernante desea llevar a cabo, eso no puede ser más… los demás no estamos pintados, somos tan personas como quien nos gobierna”. Afuera suenan los caracoles de los concheros cercanos. Invita a los gobernantes futuros: “escuchen al pueblo… todos tenemos algo que decir. A lo mejor a los que hablan menos, hay que escuchar más”. Y deja ‘un veinte’, para que caiga. Silencioso. “Hoy es un homenaje a los que no hablan mucho”. Tssssss.
