Por: Otto Granados Roldán
Ilustración: David Peón, cortesía de Nexos
Si bien a menor velocidad que otras regiones y con claras heterogeneidades, la modernización relativa de la economía latinoamericana ha cambiado en cierta medida la estructura industrial, manufacturera o de servicios de varios de los países grandes, pero también de algunas economías pequeñas como Panamá y República Dominicana. Este proceso tiene un efecto en los mercados que consiste en que, en tanto las economías de ALC van cambiando, reasignan recursos y personal en amplios sectores económicos, ocasionando que si los países experimentan, como sostiene un informe del Banco Mundial, una “desindustrialización prematura”, entonces supone que hay relativamente menos puestos de trabajo en el sector industrial, mientras que el empleo en el sector terciario, donde las calificaciones pesan más, ha aumentado drásticamente. Al ingresar al siglo XXI, sin embargo, la expansión de la educación superior y esa gradual transformación económica, por sí mismas positivas, exhiben una disfunción entre la composición de la oferta educativa y la investigación y la naturaleza de lo que demanda, en un sentido integral, ese tipo de desarrollo. Más aún, los indicadores en materia de empleabilidad de los egresados, retornos financieros de la educación y capacidades base parecen confirmar que la sola obtención de un título universitario ya no garantiza automáticamente movilidad económica y social relevante. Por ello, la primera urgencia es estimular una discusión seria, franca y ordenada acerca de cuál debe ser el nuevo modelo de la educación superior en la región en función de su aportación a la formación de talento, la generación de conocimiento e innovación, y la elevación de los niveles de productividad y crecimiento económico.