Por: Jesús Silva-Herzog Márquez
Ilustración: José María Martínez, cortesía de Nexos
Este empeño confía constituir la eficacia y la libertad en reglas e instituciones. La esperanza de la política estaría entonces en las máquinas que domestican la ambición o que, más bien, la multiplican y conducen para fundar el equilibrio. No bastan esos armatostes, ha dicho insistentemente Martha Nussbaum. No son suficientes las tuercas y los tornillos para fundar una sociedad libre y justa. Es necesario educar la emoción. Una sociedad democrática no puede ignorar los impulsos que nos acercan y nos dividen, aquello que nos incendia y nos consuela. Se piensa equivocadamente que son los proyectos autoritarios los que activan la pasión política. La idea no es solamente equivocada sino peligrosa, sostiene Nussbaum. Es equivocada porque toda sociedad está llena de emociones. El miedo, la simpatía, el resentimiento, la envidia, el afecto, la culpa, el amor que están presentes en cualquier núcleo social tienen significado político. No son experiencias enclaustradas en lo privado, sino emociones públicamente relevantes. Por eso es necesario pensar en los alivios para las pérdidas, en el desahogo de la rabia, en la contención de la envidia, en la promoción de la empatía.