Por: José Luis Sabau
Ilustración: Estelí Meza, cortesía de Nexos
La impotencia se nos hizo hábito. Nos hemos acostumbrado, en México, a no saber actuar, a no poder hacer cosa alguna en este país. Abrimos los periódicos y leemos, atentamente, sobre las tragedias que azotan todos nuestros estados. No hay más que llorar. La violencia se ha vuelto norma y el narco, parte de nuestra realidad. Una rutina fatídica. Todo para que, cada mañana, sentados en la sala o comedor, escuchemos noticias de capturas y homicidios sin poder hacer gran cosa. Cerramos, quizá, los ojos en señal de frustración; unos darán voz a alguna maldición acostumbrada. A todos nos llega una misma pregunta: “¿Cómo llegamos aquí?”. No fue por accidente; nuestro sendero es uno de mucha razón. Sólo que, en él, importamos poco como pueblo. En lugar de preguntarnos con frustración cómo acabamos aquí, deberíamos cuestionarnos quiénes fueron los que nos trajeron. Ellos, a su manera, actuaron con razón para darnos este destino sangriento. Ese es el descubrimiento crucial. Otros están jugando con el futuro de México. Nosotros solamente observamos y, al hacerlo, le damos a la impotencia esa nueva definición: la de algo intrínseco al mexicano. Cuando nos queda sólo esta cruel sensación es precisamente por no ser parte de la acción. Y, para comprenderla, hemos de ir descifrándola en sus detalles. Tenemos que entender, con lógica, lo que, como ajenos, nos parece irracional.