Por Ricardo Miranda
Ilustración: Alma Rosa Pacheco Marcos
Lo que resulta tan atractivo de aquella breve música requiere ser explicado en términos técnicos. A pesar de su brevedad, las fanfarrias de Jiménez Mabarak —escritas para cuatro trompetas pero tocadas el día de su estreno en la parte alta del estadio, muy cerca del pebetero por un conjunto mucho más numeroso que doblaba las voces y de cuyos instrumentos colgaban, a la usanza medieval, pendones con la famosa paloma— acusan un imaginativo entramado armónico: escritas en Si bemol mayor, no pueden, no deben correr ni desbordarse hacia ningún lado. Deben, eso sí, cumplir su propósito característico: festejar, celebrar, exaltar la competencia y el esfuerzo, darle forma a las emociones del triunfo. No es poca cosa, y menos en tan pocos compases.