Para comprender las fuerzas económicas y culturales que impulsan la insurgencia populista en occidente, tenemos que explicar un gran fenómeno: el cambio económico que llevó a grupos sorprendentemente similares, de un país a otro, a identificarse de manera consciente en una oposición enojada con los partidos tradicionales y en la búsqueda de líderes políticos para canalizar sus frustraciones.
Debemos señalar que con el aumento de la desigualdad social y después con el estancamiento tras la crisis financiera global, se crearon las condiciones para que madurara el antagonismo entre grupos independientes, a medida que se intensificó la lucha por los escasos recursos.
Pero más allá de esto, hay una serie de cambios en la economía que se alinearon para afectar a un grupo de manera particularmente negativa. Este grupo no se descartó por diseño, pero se entiende que así se pueda percibir.
En primer lugar, lo que los economistas llaman el cambio técnico con sesgo de habilidades, se refiere al avance tecnológico en las técnicas de producción, las nuevas maquinarias, la robotización, la producción con ayuda de computadores no solo de productos sino de servicios, los cuales utilizan menos mano de obra en general, pero requieren de la mano de obra necesaria que sea lo suficientemente calificada para manejar tecnologías cada vez más complejas.
En segundo lugar, la fuente de la desigualdad es hasta cierto grado un efecto de las barreras que existen para la competencia. Las estructuras económicas que crearon esas barreras concentran las recompensas del mercado entre los que pueden defender su lugar dentro de las barreras y excluir a los competidores recién llegados.
En Estados Unidos (EU), esto parece ser un efecto del creciente poder de mercado de las poderosas empresas y de las protecciones creadas políticamente de intereses creados.
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En varios países europeos, las barreras son entre las personas que están dentro y las que están fuera del mercado laboral. Algunos trabajadores disfrutan de fuertes protecciones y una buena participación económica, mientras que los externos tienen que salir adelante con contratos a corto plazo y sin protección.
Pero cualquiera que sea la fuente de las barreras para la competencia, el efecto siempre es el mismo. Por una parte, cuando las recompensas económicas se relacionan con los puestos restringidos artificialmente, todo el mundo depende de los guardianes para determinar el acceso. Mientras más barreras, más importa tener más conexiones y credenciales. Así que muchas economías occidentales se volvieron menos competitivas.
Por otra parte, la desindustrialización tuvo un efecto particular en la economía. La era del empleo industrial masivo tenía una estructura geográfica específica, y su pérdida tuvo consecuencias que se distribuyen geográficamente.
Esto es más visible con la nueva evidencia del “shock de China” en EU. Esto dio a conocer áreas particularmente expuestas a la competencia con la penetración de las importaciones chinas. Después de que ese país se unió al sistema comercial mundial, sufrieron un daño más concentrado y de largo plazo de lo que predijeron los economistas.
La automatización o la tecnología para ahorrar mano de obra ha sido una fuerza más grande para la desindustrialización que el comercio, pero las dos pueden perjudicar a las comunidades industriales. Y ese daño ha sido devastador en algunos casos. Si bien esto es más notorio en EU, está claro que el cambio económico también rompió comunidades locales en muchos lugares de Europa.
Finalmente, nuestras economías cambian de una manera particular y relevante para los hombres: con la industria que necesita menos mano de obra y la población que envejece, es necesaria más atención. Gran parte del crecimiento en el empleo se dará con trabajos que tradicionalmente se consideraban como labores exclusivas de las mujeres.
En resumen, los grandes cambios económicos que transformaron las sociedades de Occidente durante las últimas tres o cuatro décadas funcionaron en contra de los trabajadores poco calificados; contra los que no tienen credenciales y los que carecen de conexiones sociales con las élites económicas; contra los leales o que se sienten atados a los lugares en decadencia, y, también, contra los hombres con concepciones tradicionales del trabajo respecto de hombres y mujeres.
Es vital señalar que son los que culturalmente se inclinan menos a los cambios sociales por los que pasó Occidente en el último medio siglo y que también son los menos capaces de enfrentar las transformaciones económicas que ocurrieron en el mismo periodo, en parte por sus inclinaciones culturales.
