Pocos discuten que 2015 fue terrible para los mercados emergentes. El crecimiento del PIB cayó por sexto año consecutivo, debido a que las economías alguna vez dinámicas que generaron la mayor parte de la prosperidad mundial durante más de una década se toparon con tiempos difíciles.
Por lo tanto, la pregunta de cómo le irá al mundo en desarrollo en 2016 es vital. De manera inusual, hay algunas noticias bastante positivas. La mayoría de los pronósticos de los economistas prevén una ligera recuperación en el crecimiento promedio del PIB de los mercados emergentes, o al menos una estabilización en torno a los niveles de 2015.
“Los mercados emergentes se recuperan”, se leía en el título de un informe de Goldman Sachs sobre las perspectivas para el próximo año. “Después de seis años de una caída secuencial del crecimiento de los mercados emergentes, nuestros economistas esperan una recuperación... con robustas tasas de crecimiento en México, Europa central y del este —específicamente en Polonia y Hungría— y un panorama más mixto en Asia”, agregó.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) está de acuerdo, prevé una recuperación en el promedio del PIB de mercados emergentes de un pronóstico de 3.9 por ciento este año a 4.5 por ciento en 2016. Consensus Economics, que analiza los paneles de estudio de los principales economistas, ve que el crecimiento en América Latina pasa de -0.8 por ciento este año a 0.2 por ciento en 2016; y Europa del este se recupera de -0.2 por ciento en 2015 a 1.7 por ciento en 2016, y Asia —con excepción de Japón— cae ligeramente de 5.8 por ciento a 5.7 por ciento.
Pero —señalan los analistas— la perspectiva de esa recuperación difícilmente es un motivo de celebración. Las profundas debilidades estructurales que pesaron tan fuertemente en los mercados emergentes en su mayoría siguen sin repararse. Los motores de China tiran aceite, los niveles de deuda aumentan y gran parte del mundo en desarrollo se mantiene vulnerable al potencial endurecimiento de la política monetaria de Estados Unidos.
“En este momento hay pocos desencadenantes para una fuerte recuperación del crecimiento” dice Bhanu Baweja, estratega de UBS. “Los mercados emergentes todavía no experimentan una catarsis de la crisis o reforma. Permanecen empantanados sin salir del paso”.
Por esa razón, los analistas no ven el regreso del poder de la locomotora que impulsó la economía global en la primera parte de la década pasada, cuando los países de los mercados emergentes contribuyeron aproximadamente con 75 por ciento del PIB mundial, de acuerdo con Goldman Sachs. De hecho, en promedio, las tasas de crecimiento del PIB en los mercados emergentes superará la de los países desarrollados solo 2.1 por ciento el próximo año, en comparación con 7 por ciento en 2009, según Baweja.
Uno de los focos rojos es la deuda. Como porcentaje del PIB, la deuda del sector privado (hogares y empresas) en los mercados emergentes ahora se encuentra muy por encima de 100 por ciento, superior a los niveles que se observaron en los mercados desarrollados en vísperas de la crisis financiera de 2008-09.
Eso no solo hace que varios mercados emergentes sean muy vulnerables al aumento de las tasas de interés por parte de la Reserva Federal de EU, también significa que las empresas de los mercados emergentes gastan gran parte de sus ingresos en el pago de deuda, por lo que les queda muy poco para invertir.
Esa situación especialmente fuerte en China, donde la deuda de las empresas aumentó a 160 por ciento del PIB, o 16.1 billones de dólares, el doble del nivel de EU, de acuerdo con Standard and Poor’s, la agencia calificadora. Estas deudas, que la agencia predice aumentarán todavía más, para llegar a 28.5 billones en 2019, elevan la posibilidad de incumplir pagos de deuda.
John-Paul Smith, socio de la firma de asesoría de inversión Ecstrat, dice que China —a la que también le pesa el exceso de capacidad industrial y la falta de utilidades de las empresas— puede resultar como el eslabón más débil en el universo de los mercados emergentes el próximo año. “Las economías de mercados emergentes continuarán más débiles en comparación con las expectativas de consenso, encabezadas por China, donde gran parte del sector empresarial está a punto de entrar a una crisis de liquidez”, dice Smith.
Eso no ofrece un gran consuelo. El comercio mundial se contrajo en el primer semestre de 2015, lo que representó un fuerte revés frente a las dos décadas hasta la crisis financiera, donde los valores de comercio en todos los mercados emergentes aumentaron 10 veces, para llegar a 10 billones de dólares en 2008. El malestar de China es una carga especial, ya que la sustitución de las importaciones en combinación con el cambio hacia una economía más orientada al servicio mina la demanda de las importaciones de la segunda mayor economía del mundo.
Pero los problemas estructurales que aquejan a los mercados emergentes bien pueden ser más fundamentales que las fuertes cargas de deuda, el exceso de capacidad industrial crónico y la disminución del dinamismo comercial. Para algunos analistas, el “modelo de crecimiento” de mercados emergentes, que dependía en prestar los superávits de cuenta corriente de las economías desarrolladas para impulsar el frenesí de consumo en occidente, se rompió.
Las tambaleantes bases económicas de Europa y Japón, junto con la incapacidad para recuperar el apetito de consumo en Estados Unidos que existía previo a la crisis, frustra la energía de globalización del mundo. Mientras que en la década de los 90 cada dólar extra de PIB generaba tres dólares de comercio, la relación ahora es solo de uno a uno, de acuerdo con Goldman Sachs.
Alberto Gallo, director de investigación de crédito macro del banco de inversión RBS, culpa en parte a lo que llama “la expansión cuantitativa infinita”, los repetidos ciclos de políticas monetarias superflexibles que realizaron los bancos centrales que inundaron al mundo de dinero barato.
La expansión cuantitativa, dice, ayudó en el periodo posterior a la crisis, pero no es un “almuerzo gratis”. Los efectos colaterales inflaron las burbujas de activos y turbocargaron la acumulación de la deuda corporativa y el exceso de oferta industrial.
“Durante los siete años después de la crisis, nuestras economías se estancaron en el crecimiento tibio, el desempleo persistente y el aumento de la desigualdad”, dice Gallo.
