Más Negocios

La intuición, a favor de los inmigrantes

La inmigración inspira fuertes sentimientos y muchas políticas se perciben como moderadas cuando se aplican a los extranjeros, ¿pero y si aplicaran para nosotros?

En 1929, el gran economista Irving Fisher encontró que su suerte y reputación estaban arruinadas por su fracaso por predecir La Gran Crisis. Robert Babson, un analista rival, comentó, no sin solidaridad, que el problema de Fisher era que “cree que al mundo lo gobiernan las cifras y no los sentimientos”.

Qué lamentable error. Y es una advertencia para los economistas como yo. Nos gusta creer que los números hablan por sí mismos, pero el mundo político prefiere pensar por intuición.

En ningún caso eso es más cierto que en la cuestión de la inmigración, en que los economistas suelen llegar a la conclusión de que es una fuerza generalmente positiva. Los políticos, conscientes de que el mundo se rige por los sentimientos, suelen considerar la inmigración como algo más cercano a una serie de fugas de la cárcel: si no lo puedes controlar, discúlpate y renuncia.

La inmigración fue pieza central de la campaña electoral “construir un muro” de Donald Trump. Es una razón declarada que el gobierno británico pretende ir mucho más allá del resultado del referéndum y no solamente salir de la Unión Europea sino del mercado único. La inmigración inspira fuertes sentimientos, y esos sentimientos no son de felicidad o gratitud. Son de vergüenza.

¿Hay algún caso visceral de que debemos estar agradecidos con los inmigrantes? Me gustaría pensar que sí. Tal vez deberíamos comenzar con la regla de oro de “hacer a los demás”. Tiene un efecto clarificador en nuestra forma de pensar sobre los inmigrantes, o “expatriados”, como la regla de oro sugiere que les llamemos, pues así nos llamamos cuando somos nosotros los que vivimos en el extranjero. Las palabras son sinónimos, pero la diferencia en perspectiva y respeto es enorme.

La regla de oro expone gran parte de la discusión sobre los inmigrantes -expatriados- como hipocresía. Una idea popular es que la inmigración se debe basar en un sistema de “puntos”, o como lo describe la Casa Blanca, “con base en méritos”. Parece razonable. Pero jamás diríamos a alguien que no puede mudarse de Detroit a Dallas porque “carece de mérito”.

Otra locura seductora es la idea de que las autoridades deben, en su sabiduría burocrática, decidir qué tan fácil tiene que ser para diferentes industrias contratar trabajadores. Como Madeleine Sumption, experta en migración, señaló recientemente, un intento para afinar el mercado laboral a través de una política de inmigración puede parecer atractiva pero requeriría de una burocracia extensa y cara que se vería rodeada por cabilderos ansiosos.

También podríamos pensar que las preocupaciones sobre la “fuga de cerebros” no eran una razón convincente para obligar a la gente de Leicester a permanecer allí, sobre la base de que Leicester necesita de sus habilidades.

Todas estas políticas han logrado pasar como moderadas, sensibles e incluso compasivas cuando se aplican a los extranjeros. En el instante en que preguntamos si las aplicaríamos para nosotros mismos, las vemos como lo que son: un intento complicado y ridículo de planeación económica, y una manera no liberal de tratar a los seres humanos.

Hay muchos análisis de los costos y beneficios de la inmigración. Lo que no se aprecia es que la mayoría de ellos ignoran los beneficios para los migrantes -expatriados- mismos. Al tener en cuenta esta desventaja, es sorprendente que muchos estudios serios encuentren modestos beneficios económicos netos.

Si les dijera que una escuela o un hospital pueden pasar la prueba de costo beneficio, incluso, después de ignorar los beneficios a los alumnos o pacientes, podrían concluir que la escuela y el hospital son organizaciones impresionantes. También podrían decirme que es una manera muy extraña de hacer un análisis de costo beneficio.

En Francia en el siglo XVIII, los trabajadores tenían que mostrar sus documentos para obtener permiso para mudarse de una ciudad a otra. La objeción no era que llegaran los inmigrantes. Era que se pudieran ir los trabajadores valiosos.

Los nobles franceses sabían algo. En la mayoría de las circunstancias estaban dispuestos a vivir cerca de otras personas. Las áreas densamente pobladas solían ser más ricas, más productivas, y más innovadoras. Debido a que la vivienda es compacta y la gente viaja en transporte público, las ciudades también son ecológicamente más amigables. Sabemos que las ciudades son lugares deseables para vivir porque la gente está dispuesta a pagar mucho para vivir en ellas.

Generalmente, consideramos a las demás personas como clientes, colegas y amigos. Desde la iglesia hasta la calle comercial o el antro, las otras personas son el elemento vital de nuestras comunidades. Solo cuando las llamamos “inmigrantes” es cuando parece que causan ansiedad.

Creo que deberíamos ser más agradecidos con las personas que tienen el valor y la energía de salir de sus hogares y hacer una vida en otra parte. Pero, quizá, soy el que debería ser el más agradecido. Como el economista Paul Seabright señala en su libro de 2004, The Company of Strangers, nosotros, los seres humanos somos los descendientes recientes de simios tímidos y asesinos. De alguna manera descubrimos cómo vivir juntos y cooperar. Tenemos un camino por recorrer, pero estoy agradecido con el progreso que hemos logrado hasta el momento.


Google news logo
Síguenos en
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.