Las expectativas de los líderes empresariales han cambiado drásticamente. Cuando yo era un joven ejecutivo, se esperaba que el director ejecutivo aumentara las utilidades, satisficiera a los accionistas y creara más puestos de trabajo. En la actualidad, el personal y los clientes creen que uno debe encarnar los valores de la empresa y pronunciarse sobre temas importantes, desde la raza hasta las noticias falsas y el cambio climático.
Como dijo Larry Fink, director ejecutivo del gestor de activos BlackRock, en su carta anual de la semana pasada: “Nos enfocamos en la sustentabilidad no porque seamos ecologistas, sino porque somos capitalistas y fiduciarios con nuestros clientes”.
En tiempos difíciles, una élite empresarial con mayor conciencia moral debe ser, sin duda, algo positivo. Vivimos en un momento histórico de múltiples y convergentes desafíos globales y nuestros gobiernos e instituciones multilaterales se encuentran paralizados.
Sin embargo, no todo el mundo está de acuerdo. Los tradicionalistas llevan mucho tiempo argumentando que enfocarse en la sustentabilidad muy a menudo va en detrimento de la administración de un buen negocio, como oímos en algunos de los debates en torno a mi antigua compañía, Unilever, la semana pasada. Las críticas provienen cada vez más del ámbito político, donde parte de la clase dirigente grita ahora capitalismo woke (con conciencia social) cada vez que los “directores ejecutivos activistas” abren la boca.
En Estados Unidos, la acusación de wokeismo ha ganando adeptos en el Partido Republicano, en respuesta a las coaliciones bipartidistas de directores ejecutivos de empresas de Fortune 500 que ayudan a bloquear la legislación antigay y antiLGBT, que hacen campaña para mantener a EU en el acuerdo climático de París y que ahora las empresas, desde Amazon hasta General Motors, se oponen públicamente a los intentos de los legisladores estatales de restringir los derechos de los votantes.
El líder republicano del Senado, Mitch McConnell, no pudo ser más claro: “Mi advertencia al sector corporativo estadunidense es que se mantenga fuera de la política”, y aclaró: “No me refiero a las contribuciones políticas”. Parece que las declaraciones son malas, pero el efectivo está bien.
Esta es una táctica burda: volver a meter a los directores ejecutivos en su caja cuando no te gusta lo que tienen que decir. Y es peligroso. Muchos líderes empresariales siguen encontrando este territorio difícil. Politizar este cambio es antidemocrático y ahogará el crecimiento económico.
Para que la democracia sea saludable, es mucho mejor que nuestros líderes empresariales expongan abiertamente sus posturas en lugar de financiar den silencio a los políticos, las asociaciones comerciales y los medios de comunicación para que hagan su trabajo. Estoy de acuerdo con Richard Branson, de Virgin, cuando condena la pena de muerte por considerarla punitiva y racista (o con Marc Benioff, de Salesforce, cuando se ofrece a trasladar a su personal para escapar de la nueva y regresiva ley del aborto de Texas). Admiro a Ginni Rometty, ex directora ejecutiva de IBM, y a Ken Frazier, de Merck, por enfrentarse a las barreras sistémicas a las que se enfrentan los empleados negros sin título universitario. Por el contrario, me resulta decepcionante cuando oigo a algunos directores ejecutivos de compañías farmacéuticas defender su decisión de no conceder las patentes de vacunas que salvan vidas en los mercados emergentes. Pero sigo prefiriendo que expongan sus argumentos.
Desde el punto de vista económico, se están acumulando pruebas que demuestran los beneficios financieros de las empresas que aplican sus principios y trabajan activamente para resolver los problemas de la sociedad. Tratar de silenciar a los directores ejecutivos que encarnan este enfoque socava los estilos de liderazgo y cultura empresarial que debemos promover.
Esto no quiere decir que haya que creer todas las declaraciones del sector corporativo. Tras el mortal asalto al Capitolio de EU el 6 de enero del año pasado, cientos de empresas prometieron retirar el financiamiento a los legisladores republicanos que habían prometido anular el resultado de las elecciones presidenciales de 2020. Muchos nombres importantes, como Disney, Mastercard y Nike, cumplieron su palabra, pero otros no lo hicieron. Vimos una diferencia similar entre las palabras y los hechos después del asesinato de George Floyd en mayo de 2020. Tal inconsistencia juega en las manos de aquellos que buscan desacreditar el activismo corporativo.
La respuesta es no dejar que lo superficial se convierta en enemigo de lo sincero. Desde la reactivación de nuestras economías hasta la reducción urgente de las emisiones de los gases de efecto invernadero, pasando por la distribución de vacunas contra el covid a los países más pobres y la reducción de las distancias de raza, género y riqueza que separan a nuestras sociedades, las empresas tienen un papel y una responsabilidad enormes. Nuestras democracias se tambalean en medio de una marea de desinformación, mientras que las olas de populismo y extremismo no muestran señales de retroceso.
No desanimemos a los ejecutivos que están dispuestos a tomar partido. La mayoría de ellos no se propusieron convertirse en líderes de la sociedad, pero esta es la responsabilidad que les otorgan los tiempos. Este es un momento que exige más liderazgo, no menos.