Hace unos meses, el suegro de uno de mis hijos, que vive en Nueva York, envió una suma considerable, para él, de dinero a su familia en Inglaterra. El dinero nunca llegó. Peor aún, fue imposible averiguar qué había sucedido. Su banco contactó con el intermediario que utilizaba, pero le dijeron que el banco de destino en Reino Unido, uno de los más grandes del país, no respondía a nuestras consultas. Pregunté a mis colegas qué pudo suceder y me informaron que podía estar relacionado con lavado de dinero. Mientras, mi pariente político estaba angustiado. Después de dos meses el dinero volvió a aparecer repentinamente en su cuenta. Todavía no sabe qué ocurrió.
Un evento de ese tipo es algo diferente a cualquier cosa que haya experimentado al transferir dinero entre Reino Unido y la Unión Europea. En este lado del charco, las transferencias han sido confiables y rápidas. Esta puede ser una razón para que los estadunidenses acojan con agrado el uso de las stablecoins como alternativa a su sistema bancario. Daniel Davies señala otras dos: el costo relativamente alto de los pagos con tarjeta de crédito (¡que son cinco veces superiores a los de Europa!) y el costo exorbitante de las remesas transfronterizas. Ambas reflejan la incapacidad de regular los poderosos oligopolios estadunidenses.
Gillian Tett sugirió en Financial Times el mes pasado una motivación diferente para la postura favorable de la administración Trump hacia las stablecoins. Scott Bessent, secretario del Tesoro de EU, tiene un problema: el enorme volumen de deuda que el país necesita que el mundo mantenga a tasas de interés moderadas. Una solución, señala, es promover el uso de las stablecoins con denominación en dólares, no tanto a escala nacional, sino en el resto del mundo. Esto, como señala Tett, sería beneficioso para el gobierno.
Sin embargo, ninguna de estas son buenas razones para acoger con agrado las stablecoins en dólares. Como argumenta Hélène Rey, de London Business School, “para el resto del mundo, incluida Europa, la adopción generalizada de stablecoins en dólares estadunidenses para fines de pago equivale a la privatización del señoreaje por parte de actores globales”. Esto, por tanto, constituye otra maniobra depredadora de la superpotencia. Como alternativa, EU puede adoptar un sistema de pagos menos costoso y un gobierno menos despilfarrador. Pero ninguna de las dos opciones es probable.
En resumen, las stablecoins —activos presentados como alternativas digitales al dinero fiduciario, como el dólar— parecen tener un futuro prometedor. Como señala Tett, “participantes como Standard Chartered predicen que el sector crecerá de 280 mil millones de dólares a 2 billones de dólares para 2028”.
El futuro de las stablecoins puede ser prometedor. Pero ¿debe ser bien recibido por personas distintas a los emisores, delincuentes y el Tesoro de EU? No.
Sí, las stablecoins son más estables que el bitcóin, pero su supuesta “estabilidad” puede ser una “estafa”, en comparación con la de un dólar en efectivo o un banco.
El FMI, la OCDE y el Banco de Pagos Internacionales (BPI) ya expresaron preocupaciones. Curiosamente, el último acoge con satisfacción la idea de la “tokenización”: así, “al reunir las reservas tokenizadas de los bancos centrales, el dinero de los bancos comerciales y los activos financieros en un mismo lugar, un libro contable unificado puede aprovechar al máximo los beneficios de la tokenización”.
Sin embargo, al BPI también le preocupa que las stablecoins no cumplan con las tres pruebas clave de singularidad, elasticidad e integridad. La singularidad describe la necesidad de que todas las formas de un dinero determinado sean intercambiables entre sí a la par, en todo momento. Esta es la base de la confianza en el dinero. La elasticidad es la capacidad de realizar pagos de todos los tamaños sin que se paralicen. La integridad implica la capacidad de frenar los delitos financieros y otras actividades ilícitas. Los bancos centrales y otros reguladores desempeñan un papel fundamental en todo esto.
Las stablecoins, de la manera como funcionan actualmente, no cumplen con estos requisitos: son opacas, fácilmente las pueden utilizar delincuentes y son de valor incierto. El mes pasado, S&P Global Ratings rebajó la calificación de USDT de Tether, la stablecoin más importante del dólar, a “débil”. No se trata de una moneda confiable. Las monedas privadas a menudo han fracasado en las crisis. Es muy probable que esto también se aplique a las stablecoins.
Entonces, supongamos que EU va a promover el uso de stablecoins poco reguladas, en parte para potenciar el papel dominante del dólar y de esta manera ayudar a financiar sus enormes déficits fiscales. ¿Qué deben hacer otros países? La respuesta es defenderse lo mejor posible. Esto es más cierto para los países europeos. Después de todo, con su nueva estrategia de seguridad nacional, Estados Unidos dejó muy clara su abierta hostilidad hacia la Europa democrática.
Por tanto, los países europeos deben considerar cómo introducir stablecoins en sus propias divisas que sean más transparentes, mejor reguladas y más seguras que las que probablemente produzca Estados Unidos. El enfoque del Banco de Inglaterra parece un ejemplo de sensatez: el mes pasado presentó una propuesta de “régimen regulatorio para las stablecoins sistémicas denominadas en libras esterlinas”, argumentando que el “uso de stablecoins reguladas puede conducir a pagos minoristas y mayoristas más rápidos y baratos, con mayor funcionalidad, tanto a escala nacional como internacional”. Este parece ser el mejor punto de partida.
Los que ahora gobiernan Estados Unidos están muy entusiasmados con el lema de las grandes compañías de tecnología: “Moverse rápido y romper cosas”. En el caso del dinero esto puede ser desastroso. Sí, existen razones para aprovechar las posibilidades de las nuevas tecnologías para crear un sistema monetario y de pagos más rápido, confiable y seguro. EU sin duda lo necesita, pero un sistema que hace promesas fraudulentas de estabilidad, facilita una política fiscal irresponsable y abre la puerta a la delincuencia y la corrupción no es lo que el mundo necesita. Debemos resistirnos a eso.