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La política comercial de Biden se funda en el proteccionismo

Las medidas aplicadas a la industria siderúrgica no ayudan a los trabajadores en apuros, sino a un pequeño grupo de empleados acomodados, cuyos sindicatos son clave para los demócratas

El adjetivo que el gobierno de Joe Biden adjunta invariablemente a su política comercial es una de esas etiquetas políticas cuya inobjetable banalidad es su fortaleza. La frase “centrada en los trabajadores” es como las “familias trabajadoras” invocadas desde hace tanto tiempo en la política estadunidense como en la británica: no se puede oponer a una política comercial que apoya a los trabajadores, como tampoco se puede ser partidario de los solitarios irresponsables.

Pero ayudar a todos los trabajadores por igual no es lo que significa en la práctica. Tras casi 10 meses de gobierno, esta política centrada en los trabajadores muestra un preocupante enfoque en el viejo proteccionismo centrado en la fabricación, y ni siquiera en toda la manufactura, solo en las partes políticamente gratificantes.

Aunque también propone ampliar las ayudas que distorsionan el comercio a nuevos sectores como el de los vehículos eléctricos, la administración Biden ha continuado con la histórica obsesión estadunidense por el acero. Heredó los aranceles sobre el acero y el aluminio impuestos por la administración Trump y continuó defendiendo la justificación transparentemente falsa de promover la seguridad nacional.

En octubre, para evitar que la Unión Europea impusiera aranceles de represalia, Estados Unidos convirtió los impuestos en un sistema complejo de cuotas, pero sigue controlando las importaciones, incluso de otros países. Y a ello se suma una nueva idea: un club del carbono para evitar que el acero respetuoso con el medio ambiente de EU, la Unión Europea y otros países afines se vea perjudicado por el acero de altas emisiones de naciones como China. En realidad tiene un gran potencial, dependiendo de cómo se diseñe, para convertirse en una metastatización del proteccionismo tradicional.

Ahora bien, en el caso de los bienes de consumo se puede argumentar que los aranceles transfieren dinero de los hogares más ricos, que compran importaciones, a los trabajadores nacionales más pobres, que compiten con ellos. Sin embargo, dada la complejidad de las cadenas de suministro modernas y las pérdidas de eficiencia derivadas de las intervenciones torpes, es muy probable que esto salga mal. Intentar la redistribución del ingreso a través de la política comercial es como cortarse las uñas de los pies con tijeras de jardín. El resultado puede ser unas uñas más cortas, pero es más probable que pierdas un dedo del pie.

Para una industria como la del acero no tiene ningún sentido. En primer lugar, los trabajadores de la siderurgia ya están mucho mejor que el empleado promedio, como señalaron en un reciente artículo de opinión conjunto la representante comercial de EU, Katherine Tai, y la secretaria de comercio, Gina Raimondo.

En segundo lugar, el acero es un producto upstream (insumos que se necesitan para la producción) del que dependen grandes sectores de la fabricación y la construcción, incluidos los planes de infraestructura de Biden. Por cada puesto de trabajo en el sector siderúrgico hay 80 en las industrias derivadas que utilizan el acero. Cuidado con cualquiera que afirme estar animando a la producción estadunidense en general e ilustre su caso con referencia a los precios del acero: están argumentando contra sí mismos.

Hay pruebas irrefutables de que el proteccionismo del acero perjudica a otros fabricantes y a la industria de la construcción. Un brillante trabajo de la académica de Harvard Lydia Cox analiza los aranceles al acero impuestos por el presidente George W. Bush en 2002. En un momento político muy afortunado, se impusieron apenas ocho meses antes de las elecciones de mitad de mandato, en las que los republicanos aseguraron el control de ambas cámaras del Congreso. Se levantaron en 2003 después de ser impugnadas con éxito en la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Cox descubrió que incluso los aranceles de corta duración tenían efectos negativos persistentes. Un aumento de un punto porcentual en los aranceles sobre el acero provocó un descenso relativo de 0.2 puntos porcentuales en la participación de mercado mundial de la industria de transformación de productos con uso intensivo de acero. 

No es que la industria del acero haya sido abandonada por el gobierno todos estos años. Décadas de despliegue asiduo de aranceles a la importación, diseñados para impedir la entrada a EU de acero supuestamente objeto de dumping y subsidios, hicieron que los precios del acero estadunidense sean a menudo entre 50 y ciento por ciento más altos que los del resto del mundo. Hay muy poco acero chino circulando en EU.

La política de Biden aplicada a la industria siderúrgica no está “centrada en los trabajadores” en el sentido de que apoya a los empleados en apuros frente a los consumidores mimados. Está centrada en un pequeño número de trabajadores acomodados cuyos intereses son contrarios a los de otros sectores y cuyos sindicatos resultan ser una parte fuerte de la base demócrata.

Si esto es lo que la administración considera necesario para mantener el control de la Casa Blanca en 2024 y ayudar a sus aliados en el Congreso mientras tanto, que así sea. Los aranceles al acero de Bush, después de todo, parecieron funcionar en su momento. Pero seamos claros: los puestos de trabajo que esta política centrada en los trabajadores pretende salvar principalmente son los de Biden y los demócratas del Capitolio.


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@The Financial Times Limited 2025. Todos los derechos reservados . La traducción de este texto es responsabilidad de Milenio Diario.

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