La jornada del miércoles comenzó con un Donald Trump presidencial hablando hacia el medio día en México junto a un presidente en ejercicio, Enrique Peña Nieto. Y concluyó en una tribuna en Phoenix, Arizona, con un discurso con el cual el candidato republicano a la elección del 8 de noviembre, disipó definitivamente las dudas alimentadas por él mismo en los últimos días a propósito de una eventual atenuación de su plan sobre la inmigración.
Su discurso sombrío, mostrando un país al borde del caos y corroído por una violencia explicable principalmente por la inmigración ilegal, estuvo muy cerca de los pronunciados durante la larga campaña de las primarias republicanas, y dirigido en primer lugar a su base.
La polemista antiinmigración Ann Coulter se sintió tan transportada por sus palabras, que consideró en su cuenta de Twitter que la elocuencia del magnate inmobiliario sobrepasaba la de Winston Churchill.
Durante más de un año, Trump se instaló en la línea más dura jamás defendida por un candidato republicano: construcción de un “muro” en la frontera con México, financiamiento de la obra por los mismos mexicanos, expulsión de los 11 millones de indocumentados instalados, muchas veces desde hace décadas, en suelo estadunidense.
Después de una vacilación de dos semanas coincidiendo con una reorganización de su equipo de campaña, Trump defendió de nuevo con fuerza, la noche del miércoles, las dos medidas.
Más temprano, en México, al hablar ante la prensa en compañía de su anfitrión, el magnate inmobiliario aseguró no haber abordado la cuestión del financiamiento para no irritar a Peña Nieto.
Sin embargo, instantes después de la partida del multimillonario, el presidente Peña Nieto aseguró en su cuenta de Twitter que él le había asegurado que México nunca pagará.
“Ellos pagarán, creo yo, aun cuando todavía no lo sepan”, dijo a su vez Trump antes de que cayera la noche ante un público electrizado por la promesa.
El magnate esquivó en cambio el tema que él mismo había planteado a su público durante una parada en Austin, Texas, una semana antes. Esa noche, Trump pareció haber reflexionado a propósito de los indocumentados ya presentes en Estados Unidos, perfectamente integrados en la sociedad estadunidenses, y cuyos hijos pueden ser ciudadanos. Pero el miércoles el candidato republicano evitó el obstáculo, reduciendo la inmigración a un problema de seguridad, el ángulo principal del plan de diez puntos detallado ante sus seguidores.
Prometiendo “tolerancia cero” y la expulsión “inmediata” de quienes tengan antecedentes judiciales y que permanecen ilegalmente en territorio de Estados Unidos, estimados en dos millones de personas, Donald Trump comenzó su intervención en Phoenix enumerando una serie de muertes perpetradas por “los sin papeles”.
También se aseguró de dar el nombre de las víctimas e invitó a algunos de sus familiares a subir al escenario, donde desfilaron para llamar a votar en su favor.
Después de haber mencionado en el pasado la creación de una fuerza encargada de la expulsión de los millones de indocumentados sin antecedentes judiciales, el magnate dejó en la duda a su audiencia. Aunque esta entendió que el carácter ilegal de su presencia en Estados Unidos era en sí mismo sinónimo de salida forzada.
Descartando cualquier forma de regularización y de “amnistía”, como las practicadas por los presidentes republicanos precedentes, Donald Trump indicó en efecto que los sin papeles no tendrán otra opción que “volver a su casa y hacer una solicitud legal, como todo el mundo”.
Sin embargo, Trump añadió una restricción adicional. Afirmó que los estadunidenses deberían adoptar una política migratoria más exigente para mantener la cuota de inmigrantes “en las normas históricas”, cuando esta ha fluctuado a lo largo de la historia.
El magnate neoyorquino de 70 años aseguró asimismo que se los podría escoger en función “del mérito, del talento y de la competencia”