El pasado 16 de febrero, cuando ya eran por demás evidente los planes de Rusia para atacar Ucrania con miles de soldados apostados en la frontera y pese a las recomendaciones de su gabinete y las críticas por parte de Washington, Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, visitó en el Kremlin a Vladímir Putin.
Ahí, no dudó en expresar su admiración al hombre fuerte de Rusia, pese a que los tambores de guerra ya resonaban en su amenaza de invadir suelo ucraniano.
Entonces, Bolsonaro expresó las razones del encuentro, el fondo de esa empatía que su gobierno tiene con Moscú: el militar “come-comunistas”, recalcitrante enemigo de la izquierda, señaló que Brasil comparte con Rusia su “creencia en Dios”, “los valores” (entiéndase tradicionales-conservadores) y “la defensa de la familia”.
Para sorpresa de mucha gente, que tiene la falsa creencia de ver en Putin una especie de líder del nuevo régimen comunista que busca el renacimiento de la URSS, el presidente ruso en realidad representa un modelo más cercano al zarismo, con tintes de ultraderecha donde la única guía posible está basada en los dogmas conservadores y donde el peso de la Iglesia, en este caso cristiana ortodoxa, permea hasta lo más profundo del nuevo orgullo nacionalista del país euroasiático.
Dios en la Constitución
En 2020, a iniciativa de Putin, y avalada por los rusos en las urnas, la Constitución del país fue modificada para reforzar su espíritu conservador, además de abrir la posibilidad para que el actual mandatario gobierne hasta 2036.
La actualización de la Constitución rusa incluye en su artículo 72 la obligación para el Estado de proteger la “institución del matrimonio como unión de un hombre y una mujer” oficializando la política homofóbica de Putin. Además, el artículo 114 se especifica que el gobierno debe aplicar una política para apoyar, fortalecer y proteger la familia, “preservando sus valores tradicionales”.
Hay más: para dejar en claro la visión cristiana ortodoxa, como en el zarismo, en la reforma que propuso Putin para la Constitución dice, literal: “la Federación Rusa, unida por su historia milenaria y que conserva la memoria de sus antepasados, que nos transmitieron los ideales y la fe en Dios…”
Manto divino que, pareciera, Putin busca usar como protección y justificación en sus pasos de gobierno y militares. No Marx ni el socialismo, sino en simetría con los líderes ultraconservadores y la fe cristiana.
En julio de 2013, Vladímir Putin y el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa, Kirill, con el que no esconde su amistad, viajaron a la entonces aún aliada Ucrania. Fue un viaje para amarrar, vía negocios y sobre todo con el suministro de gas, a un Kiev que ya empezaba a voltear a Occidente y en concreto, a la Unión Europea. Pero también fue una especie de peregrinación donde se encontraron con los jerarcas ortodoxos ucranianos.
Ahí, Putin declaró: “La unidad espiritual es tan sólida que no está sometida a la acción de ninguna autoridad, ni estatal ni, me permito decir, eclesiástica. Por eso, mande quien mande, no puede haber una autoridad más fuerte que Dios”.
Por eso, por su visión conservadora, más apegada a los valores cristianos “de siempre” que a las banderas comunistas, con su apertura de mercado y capital, completamente alejado del marxismo, es que Putin tiene grandes admiradores entre algunos líderes conservadores de Occidente.
Al menos hasta ahora, tras la invasión a Ucrania, que muchos de ellos han tenido que o guardar silencio o de plano, sea por rectificación al ver el potencial peligro para Europa o, por no ser vapuleados, condenar el ataque militar ruso
Amor a la americana
Por eso sedujo durante años a Donald Trump en su calidad de, primero, empresario y, sobre todo, como presidente de un Estados Unidos que aboga por el restablecimiento de los “valores cristianos” frente a lo que consideran la barbarie y decadencia que están imponiendo los liberales en el ámbito sexual, gay y el de las mujeres, para indignación y consternación de los conservadores.
The New York Times reporta que las declaraciones de Trump halagando a Putin por su estrategia militar y calificándola de “bastante inteligente”, pocas horas antes de la invasión a Ucrania, fueron vistas en solo un par de días más de 1.3 millones de veces.
Incluso Stephen K. Bannon, el famoso ex asesor de Trump, elogió en su podcast a Putin por “estar en contra de la corrección política”. Ahí, además, señaló que el conflicto ucraniano “no era nuestra lucha”, nos recuerda el periódico neoyorquino.
Muchos comentaristas de corte ultraconservador de Estados Unidos, que cuentan con gran popularidad en algunos círculos de derecha, no dudaron en expresar esa admiración a Putin. Ente ellos Candace Owens, Stew Peters y Joe Oltmann.
Otro de los grandes defensores del mandatario ruso es el comentarista Tucker Carlson, de Fox News quien el pasado 7 de marzo, en su programa Tucker Carlson Tonight, afirmó que “nadie que sea honesto te dirá que Putin invadió Ucrania simplemente porque es malvado. Tal vez lo sea, ciertamente parece serlo, pero también tiene motivos estratégicos”.
Carlson no es cualquier comentarista perdido en una semiclandestinidad o con poco rating: tiene 3 millones y medio de seguidores y cuenta con el programa de televisión por cable más visto de Estados Unidos
Hoy parece olvidado, enterrado bajo la vorágine que impuso la pandemia de covid-19 y la invasión rusa a Ucrania, el informe que la Inteligencia estadunidense -compuesta por la CIA, FBI y la Secretaría de Seguridad Nacional- realizó y donde acusaba en un documento de 25 páginas a Putin de intervenir en las elecciones de 2016 a favor de Trump.
Salvarnos de los pedófilos
En una columna en el Boston Herald, Jeff Robbins nos recuerda lo que en su momento dijo Lauren Witzke, candidata republicana al Senado en Delaware: “me identifico más con los valores cristianos de Putin que con Biden”.
Afortunadamente Witzke perdió ante el demócrata Chris Coons pero su visión a favor de Putin es ejemplo de un grupo de políticos estadunidenses activistas de la extrema derecha, con valores cristianos considerados por muchos como “extremistas”, anti gays y entusiastas seguidores de la teoría de conspiración QAnon.
Ya se sabe, el movimiento QAnon por absurdo que parezca, afirma de manera vehemente, tajante y sin espacio para que se le cuestione, que los demócratas son adoradores de Satanás y encabezan una enorme organización internacional de pedófilos que intenta dominar al mundo entero.
Y no, no es una teoría seguida por un puñado de ingenuos, según una encuesta de Economst-YouGov, 14 por ciento de los estadunidenses la ve razonable. Y precisamente, ahí está una nueva conexión que lleva a algunos extremistas de la derecha más recalcitrante estadunidense a Moscú.
En cientos de grupos de Facebook, WhatsApp y Telegram privados circula una visión avalada en las teorías conspirativas que justifica la invasión rusa a Ucrania. Una de tantas afirma que era un paso más para ir en contra de los traficantes sexuales (paradójicamente, los casi cuatro millones de refugiados en otros países son niños y mujeres que están ahora a merced de las mafias que controlan la prostitución); otra asegura que Biden estaba creando armas químicas o quizá biológicas, da lo mismo en las distorsiones conspirativas, por demás letales en Ucrania para atacar a Rusia.
Tanta fuerza tomó esta versión que el viernes 11 de marzo Rusia convocó de urgencia al Consejo de Seguridad de la ONU para tratar el tema de las armas “biológicas” que, acusó, desarrollan de manera conjunta Estados Unidos y Ucrania sin que mostrara pruebas y se diluyera el tema ahí mismo.
Le Pen: un retrato para olvidar
Pero también Putin ha cosechado admiración fuera de Estados Unidos pues además de Bolsonaro en América del Sur, en los últimos años importantes líderes políticos han dejado señales de su cercanía con el Kremlin, la mayoría de Europa.
Marine Le Pen fue una de ellas en la pasada campaña presidencial francesa en 2017, al punto que fue recibida en Moscú por Putin. Ufana, la candidata de la ultraderecha presumió de inmediato la foto del encuentro: ambos sonríen de frente a la cámara mientras se estrechan la mano.
Además, declaró entonces su entusiasmo: “en el partido siempre hemos opinado que Rusia y Francia deben no solo mantener sino desarrollar las relaciones que nos unen desde hace mucho tiempo”.
Entonces, no estuvo sola en esa admiración por el presidente ruso; también François Fillon el candidato conservador (del mismo partido de Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy) mostró coqueteos políticos con Moscú. Ambos, si juntamos sus resultados, obtuvieron más del 40 por ciento de los votos en esa primera ronda.
Hoy, ante la invasión rusa y en plena campaña electoral para la primera vuelta del próximo 10 de abril, donde de acuerdo a Ifop se ubica en segundo lugar de las preferencias, solo detrás de Emmanuel Macron, lo que le aseguraría su paso al ballotage, Le Pen ha tenido que meter reversa en sus admiraciones a Putin y tratar de borrar toda huella.
Le ha salido caro: a principios de marzo su partido tuvo que destruir 1.2 millones de folletos donde se reproducía la foto tomada el 24 de marzo de 2017 junto al entonces admirado mandatario ruso, hoy repudiado. ¿La causa oficial? Una falta ortográfica que nadie, por más que se busque, ha logrado encontrar en los impresos que sí alcanzaron a circular.
Y si hace cinco años Fillon se sumaba a la lista de cercanos a Putin, en esta campaña Le Pen no ha estado sola. Éric Zemmour, cuarto en las encuestas y más radical y xenófobo que la candidata ultraderechista, aseguró en televisión el 24 de enero pasado que el líder ruso era un “gran y respetable jefe de Estado”. Pero en estas semanas, Zemmour ha tenido que reconocer que “el culpable es Putin” pero sin ceder del todo pues añade a esa declaración que “la responsable es la OTAN, que no ha dejado de extenderse”.
Filia hecha fobia
No solo es Francia, también en Italia, Austria, Hungría, Alemania e incluso España, algunos líderes políticos han mostrado su admiración y su amistad con el Kremlin.
En Alemania, Alice Weidel, líder del grupo parlamentario de AfD, de extrema derecha, siempre ha cuestionado la adhesión de Ucrania a la OTAN en agravio a Rusia e insiste: “Kiev debe garantizar su neutralidad”.
El político italiano de ultraderecha Matteo Salvini, parte de la actual coalición gobernante en Roma y con gran fuerza política, mostró siempre con orgullo su admiración por Putin. Ufano, presumía sus playeras con el rostro del mandatario ruso.
Ante la realidad de estos días, se ha visto obligado a borrar de sus redes todo rastro y condena la invasión rusa tratando de dar malabares con tal de no pronunciar el nombre de Putin que muchos ligan con el financiamiento de Liga, el segundo partido político con mayor presencia en el parlamento italiano y que Salvani es su líder.
Pro hay más italianos entusiastas del Kremlin: Si uno escribe “Berlusconi Putin” en el buscador de imágenes de Google, uno va a encontrar bastantes fotografías de dos hombres maduros que se la pasan muy bien juntos en una atmósfera informal y relajada. Ha sido tan fuerte la amistad de Silvio Berlusconi con Putin que Estados Unidos ya mostraba inquietud por esa relación desde hace 20 años.
El diario español El País recordaba a finales de 2010 que, “entre mayo de 2002 y febrero de 2010, al menos 102 documentos emitidos por el Gobierno y las legaciones exteriores de Estados Unidos (12 de ellos clasificados como secretos y el resto como confidenciales) han tratado de desentrañar y desactivar lo que el ex embajador en Roma, Ronald P. Spogli, definió en un cable del 26 de enero de 2009 como una ‘conexión nefasta’ entre Berlusconi y Putin”.
Hoy, el magnate y ex primer ministro italiano se dice extrañado por el comportamiento del ruso y cierra la boca en torno al que, alguna vez, consideró como una “especie de hermano”.
En España, el partido conservador ultramonárquico Vox ha estado en la mira de sus críticos que lo señalan y vuelven a señalar por sus semejanzas al “puritanismo social” que emana del Kremlin al ser devotos de las doctrinas del ruso Alexander Dugin, identificado por muchos como el ideólogo de Putin en el neozarismo.
A regañadientes, Viktor Orban, el primer ministro húngaro, de una derecha que no oculta su nacionalismo anti inmigrante que colinda por milímetros con lo “ultra”, ha tenido que condenar, como miembro de la Unión Europea y, sobre todo, de la OTAN, la invasión rusa pese a que por años, no escondió su cercanía con Putin. Incluso, como Bolsonaro, cuando ya era inminente el ataque a Ucrania, viajó a Moscú el primero de febrero pasado y se encontró con el presidente ruso.
La paradoja, que se vuelve certidumbre irrefutable bajo el fundamento “los extremos se tocan”, es que la visión antiamericana de la ultraderecha europea y su visión de acción populista que le une a Putin, es un lazo que también le conecta con sus antípodas ideológicas, que igualmente ven en el Kremlin una tabla de salvación ante Washington: la Venezuela de Maduro, la Nicaragua de Ortega y la Cuba comunista.
ledz