Ciudad de México /
Por: Rubén Cortés
Ilustración: Raquel Moreno, cortesía de Nexos
Pero mi padre habría sido feliz hoy con gran la noticia en Cuba: por primera vez en 62 años el gobierno permite que los campesinos sean legalmente propietarios de sus vacas, y las puedan vender o comer, siempre y cuando le donen obligatoriamente la mitad de la carne al Estado. Sin embargo, mi padre está muerto y nunca pudo ser dueño de sus vacas. Tenía que inscribirlas en la policía cuando nacían, y avisarle a la policía cuando morían para que recibiera el acta de defunción que probara que no la había vendido o se la había comido. El Código Penal condenaba con 25 años de cárcel a quien matara una res, comprara o vendiera su carne.