Solo un accidente, la película con la que el director iraní Jafar Panahi ganó la Palma de Oro en la pasada edición de Cannes, llega esta semana a salas mexicanas. Se trata de un thriller moral que inicia con un accidente y desemboca en una cadena de violencia; esta historia se ha convertido en un testimonio cinematográfico de cómo el cineasta iraní transforma la represión, el silencio forzado y la experiencia carcelaria en un acto de resistencia creativa.
La obra está profundamente marcada por los años en que Panahi vivió bajo persecución estatal. El director, detenido por primera vez en 2010 debido a que el gobierno consideraba que sus filmes iban en contra del sistema, encontró en la cárcel no sólo un límite físico, sino un espejo social. Durante su reclusión convivió con personas cuya realidad pocas veces sale de aquellos muros. En esa convivencia surgió la materia prima de su nueva película.
“Antes de la cárcel, cuando estaba afuera, en medio de la gente, en la calle o en algún bazar, veía sus problemas, veía sus situaciones, y eso claro que me influía y me inspiraba —comentó el cineasta Jafar Panahi en entrevista con MILENIO—. Cuando te sacan de un lugar y te llevan a otro, y estás ahí siete o ocho meses con un grupo de personas con las que antes casi no convivías, y cada día hablas con ellas y escuchas lo que dicen, claro que eso te influye”.
El director explicó que dentro de aquel encierro no pensaba en construir una película, sino en sobrevivir emocionalmente, “ahí simplemente estás tratando de pasar el día, y de ayudar a que los que te rodean también pasen el suyo”, recordó durante la charla que se realizó a través de una videollamada. Tiempo después, ya en libertad, comprendió que esas voces y esas pequeñas historias cotidianas habían dejado una huella profunda en su ser.
Porque, “cuando sales de la cárcel, todo eso deja su impacto y piensas que ahora sí debes hacer una película sobre ellos. Cuando comencé a escribir, pensaba en cada una de esas personas, en cada uno de los personajes que vi, y también los veo reflejados en la sociedad. Traté de que en la película hubiera alguien que representara a cada uno de ellos, a cada forma de pensar”, dijo sobre esos fragmentos de humanidad que delinearon su película.
La historia plantea preguntas incómodas sobre la responsabilidad y la violencia. Desde el inicio se cuestiona si una víctima puede convertirse en agresor o si un sistema puede empujar a las personas a tomar decisiones irreparables. Al respecto, Panahi comentó: “soy un cineasta social que se inspira en el entorno en el que vive”. Esa respuesta es clave, porque, para él, la violencia no es individual, es consecuencia de un tejido social fracturado.
“En el cine social no se le atribuye la responsabilidad a las personas; la responsabilidad recae sobre una estructura equivocada”, explicó Panahi, quien además de una sentencia de seis años de prisión, recibió una prohibición de 20 años para filmar o salir del país, a pesar de la prohibición, su persistencia en hacer cine le ha valido múltiples premios, incluido el Oscar a Mejor película internacional por El cliente, en esta ocasión como productor.
Parte esencial del filme es la exploración de una mentalidad colectiva que desplaza la culpa hacia fuerzas superiores, un gesto que Panahi observó repetidamente entre los presos. “Queríamos mostrar un tipo de pensamiento y de gobierno que le echa todo a Dios y trata de alejarse de asumir su propia responsabilidad”. Ese mecanismo es el que alimenta el conflicto moral del protagonista, cuya identidad se vuelve difusa incluso para él mismo.
La realización de la película fue posible gracias a la colaboración internacional, especialmente de Francia, donde el cineasta pudo montar y finalizar el proyecto lejos de la censura iraní, “como en Irán no es posible exhibirla, al final tienes que empezar tu película en algún lugar. Ellos intentan impedir la exhibición, y tú intentas lograr que se exhiba”, dijo sobre su relación con el Estado, entre la prohibición y la creación, que atraviesa su cine.
Con su llegada a México, Solo un accidente ofrece no solo un relato cinematográfico poderoso, sino una ventana a la experiencia íntima y política de uno de los cineastas más importantes de la actualidad. Una obra que nació en el encierro, sobrevivió fuera de su país y finalmente llega al público como una reafirmación de que el cine, incluso en las condiciones más adversas, sigue siendo un acto de libertad. Un acto de resistencia.