Antes del silbatazo inicial, un silencio denso recorre las gradas. Algunos rezan, otros besan medallas o cierran los ojos con los brazos en cruz. Y es que el futbol, más que un deporte, se ha convertido en una religión moderna, una cultura colectiva en la que la fe no se deposita en dioses, sino en el equipo de los amores.
“En muchos países el futbol cumple funciones sociales que antes pertenecían a la religión: genera identidad, comunidad y sentido de pertenencia”, explica el sociólogo argentino Pablo Alabarces, en su libro titulado Héroes, machos y patriotas. “Por eso no sorprende que los aficionados desarrollen rituales, oraciones o amuletos: son formas de darle significado a la incertidumbre del juego”, detalla en el texto.
Y es que en un deporte donde la suerte puede definir campeonatos, creer se vuelve casi una obligación. Cada jornada, millones de aficionados repiten las mismas manías con la esperanza de influir, aunque sea un poco (en su forma de pensar), en el resultado.
El poder del ritual
La psicóloga deportiva española Patricia Ramírez, en su Manual para no morir de amor al futbol, sostiene que esas conductas son mecanismos de control.
“El hincha siente que su acción simbólica puede modificar el resultado, y eso reduce la ansiedad. Es una forma de tener poder en un espacio donde, en realidad, no lo tiene”, escribe.
No se trata de locura, sino de la necesidad de aferrarse a algo. Los rituales son una válvula emocional que acompaña la incertidumbre del deporte más impredecible del mundo.
Santa Kiana Palacios.
— Lester Bangs ???????????? (@danpinera) October 17, 2025
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Un aficionado del América, por ejemplo, cuanta que sólo ha lavado la playera que usó en el título del 2013 una vez, y esa vez perdió su equipo. Desde entonces no ha vuelto ni a intentarlo.
Las cábalas mexicanas
En México, la superstición futbolera tiene sello propio. Hay quienes evitan mencionar la palabra “campeonato” para no “salar” al equipo; otros cambian de canal justo antes de un penalti decisivo o encienden veladoras a la Virgen de Guadalupe.
Los aficionados del Cruz Azul, por ejemplo, han desarrollado una cultura de supersticiones que acompañaron décadas de frustración. Durante los años de sequía, no faltaban quienes hacían promesas de dejar el alcohol o de caminar a la Basílica si el equipo ganaba. En 2021, cuando por fin rompieron la maldición, muchos aseguraron que “funcionaron los rituales”.
El cronista deportivo José Ramón Fernández ha descrito este fenómeno como una “religión del sufrimiento”: “El cruzazulino cree que su fe mueve montañas, y quizá por eso la mantiene viva, aunque el milagro tarde”.
En los barrios y canchas del llano también abundan los rituales: el capitán que lanza tres veces la moneda al aire antes del sorteo, el portero que toca el travesaño izquierdo antes de cada penalti, o el técnico que entra con el pie derecho a la cancha. Son gestos mínimos, casi invisibles, pero cargados de poder simbólico.

América del sur, 'la cuna' de las cábalas
En Argentina, las cábalas son casi un arte nacional. Los hinchas de Racing no pronuncian el apellido “Cavallero” desde 2001, año en que rompieron una racha de 35 años sin títulos. Los de Boca Juniors se encomiendan a Maradona como si fuera un santo. Y en Rosario existe una iglesia con más de 200 mil fieles dedicada a él: la Iglesia Maradoniana, fundada en 1998.
“Para nosotros, Maradona fue un dios que se hizo humano”, ha dicho Hernán Amez, uno de los fundadores del culto. “Lo recordamos con misas, rezos y hasta un calendario propio. No es broma: su nacimiento es nuestro año cero”.
El antropólogo brasileño Roberto DaMatta, autor de Carnavales, malandros y héroes, explica que estos ritos funcionan como una reafirmación cultural.
“En Latinoamérica, el futbol es más que un juego; es una narración sobre quiénes somos. Cada cábala es una metáfora de esperanza”.

En Brasil, durante el Mundial de 2014, las televisoras mostraban a aficionados que sólo veían los partidos de pie o que escondían la camiseta del rival en el congelador para “enfriar” su suerte. En Colombia y Uruguay abundan historias similares. La devoción cruza fronteras.
Europa y sus tradiciones
En el Viejo Continente las supersticiones son distintas, pero igual de persistentes. El entrenador italiano Carlo Ancelotti jamás cruza los brazos durante un partido; el francés Laurent Blanc besaba la calva de Fabien Barthez antes de cada juego del Mundial 1998; y en Inglaterra, los aficionados del Liverpool cantan You’ll Never Walk Alone como si fuera un salmo sagrado.
Los clubes también tienen sus “maldiciones”. El Benfica de Portugal, por ejemplo, vive bajo la llamada 'Maldición de Béla Guttmann': el entrenador húngaro que, tras ganar dos Copas de Europa en los 60, fue despedido y juró que el equipo no volvería a ganar un título continental en cien años. Sesenta años después, la profecía sigue vigente.
“Estas historias son parte del folclore del futbol europeo”, señala Simon Kuper, periodista de Financial Times y coautor de Soccernomics. “En el fondo, los hinchas las mantienen vivas porque le dan sentido a las derrotas y refuerzan la identidad del club”.
La ciencia detrás de la cábala
Los psicólogos deportivos coinciden en algo: los rituales, aunque irracionales, tienen efectos reales. Según un estudio de la Universidad de Colonia (2010), los deportistas que realizan rituales antes de competir mejoran su rendimiento hasta en un 15 por ciento. ¿La razón? Que aumenta su sensación de control y confianza.
En el caso de los aficionados, la dinámica es similar. “El futbol despierta emociones intensas: ansiedad, miedo, euforia. Los rituales sirven para canalizar todo eso”, explica la doctora Mariela Gómez, especialista en psicología del deporte de la UNAM. “Encender una veladora o ponerse la misma playera es una manera simbólica de participar, de no sentirse pasivo”.
El sociólogo Éric Dunning, discípulo de Norbert Elias, define este fenómeno como una descarga ritualizada de tensiones colectivas. El estadio se convierte en un templo, y el gol, en una experiencia casi mística.
Historias de fe
En Monterrey, una familia entera se sienta en el mismo orden cada vez que juega Tigres. Si alguien cambia de lugar aseguran que el equipo sufre. En Buenos Aires, un fanático del River Plate viaja cada partido con un rosario bendecido en la cancha del Monumental. En Madrid, una mujer lleva 30 años viendo los juegos del Real con la camiseta que le regaló su padre el día que murió.
Estas pequeñas historias, repetidas millones de veces, son los cimientos invisibles de la cultura futbolera. Y aunque suene exagerado, para muchos la fe en el balón es tan profunda como la religiosa.
Un estudio del Pew Research Center (2020) detectó que en países como Brasil, México y Argentina, el futbol es uno de los temas más asociados a la identidad nacional, más que la religión o la política.

El lado oscuro; cuando la superstición se vuelve obseción
Pero no todo es inocente. En algunos casos, la superstición se transforma en obsesión.
“Hay hinchas que no disfrutan el juego si no cumplen su ritual al pie de la letra. Eso ya se acerca al trastorno obsesivo-compulsivo”, advierte la psicóloga española Patricia Ramírez.
También existen comportamientos extremos: aficionados que se niegan a ver partidos por miedo a darles mala suerte o que culpan a otros por romper una cábala. En redes sociales abundan los ejemplos de hinchas que cambian su avatar o bloquean a amigos durante los partidos para “no pasar la mala suerte”.
En el 2018, un estudio de la Universidad de Bath (Reino Unido) analizó más de 10 mil tuits durante el Mundial y concluyó que la superstición digital se multiplica en contextos de alta tensión: “Internet amplifica los rituales, los vuelve públicos y colectivos”.
Un espejo cultural
Los rituales del futbol son, en el fondo, un reflejo de la humanidad: la necesidad de creer, de encontrar sentido en lo imprevisible. En sociedades cada vez más fragmentadas, el futbol ofrece una forma de comunión que trasciende clases, edades y fronteras.
“El futbol es un espacio sagrado donde todo el mundo habla el mismo idioma”, dice el escritor Juan Villoro, autor de Dios es redondo. “Y como toda religión, necesita sus mitos y ceremonias. Por eso encendemos veladoras, nos ponemos la camiseta, rezamos frente a la pantalla. Es la manera en que afirmamos que seguimos creyendo en algo”.
El templo del balón
Cuando el árbitro pite el inicio de un nuevo partido, millones repetirán sus cábalas en silencio. Un niño cruzará los dedos. Un adulto besará la foto de su padre fallecido. Una abuela encenderá una veladora en la sala.
Ninguno de ellos podrá cambiar el marcador, pero todos sentirán que participan de algo más grande. Porque al final, los rituales futboleros no buscan controlar la suerte: buscan domesticar la incertidumbre.
Y en un mundo donde todo cambia demasiado rápido, creer, aunque sea por 90 minutos, sigue siendo la forma más humana de resistir.
FCM