A veces las despedidas no se dicen: se sienten. Mariana “La Barby” Juárez, la mujer que convirtió los guantes en manifiesto y el ring en territorio conquistado, vivirá este sábado en Naucalpan la penúltima pelea de su carrera, antes de bajar el telón en grande, como merece: con una función final el próximo año en el Monumento a la Revolución, ese sitio que tantas veces la vio marchar por causas que iban más allá del boxeo.
Su rival en esta antesala será Tomomi Takano, y aunque el combate tiene aroma a nostalgia, Mariana lo enfrenta como siempre lo hizo: con temple y gratitud. “Si tuviera que quedarme con tres momentos del boxeo —dijo con una sonrisa serena— serían mi primer título mundial en Corea del Sur, el segundo ante Simona Galassi, y el tercero, en el Zócalo de la Ciudad de México”. Tres escenarios distintos, un mismo pulso: la historia de una mujer que no pidió permiso para ser leyenda.
Cuando se le pregunta por su instante más luminoso, la voz se le quiebra apenas lo necesario: “Fue cuando cargué a mi hija tras convertirme en campeona mundial. Estaba empapada en sudor, la besé y ella, sin entenderlo, se limpió con su manita. No tenía idea de todo lo que significaba ese sudor. Fue increíble”.
Barby no habla desde la nostalgia del retiro, sino desde la lucidez de quien ha sobrevivido a las sombras de su oficio. “Lo más difícil ha sido la gente abusiva —confiesa—, los que se aprovechan de nuestro trabajo y nos roban descaradamente. Me gustaría decir que eso ya no pasa, pero sigue pasando”.
Sin embargo, incluso en medio de las injusticias, Mariana siempre halló la forma de reconciliarse con la vida. “Lo que más he gozado por ser mujer fue dar a luz a mi hija. Ese día cambió todo. Ese día me transformé por completo”.
En unos meses, La Barby colgará los guantes en el mismo país que la vio romper techos y prejuicios, en el corazón de la capital que la aplaudió tantas veces. Y cuando ese momento llegue, no será el fin, sino el eco de una historia escrita a puñetazos, ternura y dignidad.
MGC
