Cultura

Sir Salman, el gentil hombre de los guardaespaldas que chateaba en su móvil...

Sir Salman Rushdie confiesa que es admirador de la recién nombrada Nobel de Literatura, la periodista bielorrusa Svetlana Alexándrovna Alexiévich.

Uno, dos tres, cuatro, cinco… Déjeme contar bien: eran dieciséis guardaespaldas los que se apostaban en diferentes puntos del repleto Auditorio Juan Rulfo de la FIL.

Se inauguraba el Taller Literario Carlos Fuentes. Los escoltas apenas movían sus cuerpos. Sus rostros sí, de un lado a otro, lentamente, observando las caras de todos las personas sentadas en sillas negras frente a ellos. Los ojos de los agentes iban de izquierda a derecha, de derecha a izquierda.

Sus miradas se enfocaban en las cercanías y también se clavaban en lo que se movía a lo lejos. Escrutaban 180 grados. Todo. Todo lo que ocurría en las proximidades de cualquier ruido, lo que pasaba al menor movimiento de alguien.

¿Qué pasa? Estaba por hablar el hombre de los veinte libros traducidos a cuarenta idiomas en cinco continentes. Un hombre enamorado de las letras de Gabriel García Márquez, entrañable amigo de Carlos Fuentes (la vez pasada que estuvo en la FIL, hace veinte años, se puso tal borrachera con el mexicano que sus recuerdos de Guadalajara son borrosos, confiesa). Un encantador de serpientes de la estirpe de Scheherezada, diría sobre él, al presentarlo, el escritor Pedro Ángel Palou. Un fabulador de Cambridge que muy joven escribía anuncios publicitarios y que mucho tiempo después redactaría esos Versos satánicos que desatarían la furia de fundamentalistas que pondrían precio a su cabeza (al recordar el asunto el hombre sin alfombra voladora se tocaba la cabeza en son de broma). Insensatos. Pretendían matar a quien empezó a escribir a los diez años de edad gracias al Mago de Oz.

El personaje (¿no será él mismo un personaje de sus textos, un narrador de cuentos tal vez?) se acomoda sus gafas y hablará largo, muy largo, hipnotizando a todos. A él le gusta platicar de cuentos, de Tom Sawyer, de Huckleberry Finn, porque dice que los niños se enamoran fácilmente de las historias, como a él le sucedió con Las mil y una noches, obra sobre la que diserta y diserta porque los adultos que creen que los cuentos son de niños -alecciona- son gente triste a la que hay que tenerle pena. Él sigue siendo como aquel niño que nació en un hogar no religioso, lo que le permitía obtener todos los cuentos que podrían resultar prohibidos en su natal Bombay, India.

Luego, a los catorce años, se fue a Reino Unido, a la ciudad de Rugby, en el condado de Warwick. Y aunque hoy es un "Sir", el Sir del Néctar Mágico de las Letras (¿lo dijo Palou, lo dijo él, lo murmuró alguien muy azucarado?), aunque es un hombre hambriento de historias que lo enamoren, un hombre sabio que hoy aconseja no estirar demasiado la liga de la vida, no tentar mucho la suerte y el destino, y que sabe que los cuentos más fantásticos (incluidos los de los animales) no son otra cosa que el reflejo del hombre y sus existencias con todo y sus fantasmas y magias, la verdad que Salman Rushdie es como un niño curiosísimo que se divierte con todo.

Cuando estoy cerca de él, a unos metros, a unos centímetros, a lo largo de una hora, en una especie de atelier elevado sobre el pabellón de Planeta, me asombra que sólo sea un amable hombre con gafas y ojos traviesísimos que exuda trato amable, cordial, sobrio (inglesa al fin es su educación), alejadísimo de la petulancia de tantos escritores y críticos que andan por aquí; me conforta que sonríe y sonríe, pero sobre todo, que ríe con gesto de escuincle que está a punto de contarte la travesura más hilarante.

Siete entrevistas dará este día (conmigo charlará unos minutos luego de que nuestro colega y director editorial de MILENIO, Alfredo Campos, lo entrevista).

Pero no se pone hosco con tantas preguntas y visitas. Firma libros, posa para fotos, se divierte con la selfie que nos hacemos (es lo de estos tiempos, dice), sus guardaespaldas se han vuelto invisibles, y él se toma su tiempo para sentarse en un sillón y ponerse a chatear, a mandar y recibir mensajes vía whatsapp. Incluso abre Twitter, porque el hombre tuitea: apenas ayer le dio gracias a un tapatío por… el ride que le dio desde el aeropuerto.

Sir Salman Rushdie confiesa que es admirador de la recién nombrada Nobel de Literatura, la periodista bielorrusa Svetlana Alexándrovna Alexiévich (duda que otra obra periodística como la de ella vuelva a ganar el galardón), cuenta que fue amigo muy cercano de Ryszard Kapuscinski y, en estos tiempos "malos y oscuros" en que es una "estupidez pensar en el futuro porque el presente es suficientemente difícil", da un consejo dirigido los periodistas que coquetean con la literatura (por no decir que va con dedicatoria a los que vuelan):

-A veces caer en la tentación literaria es problemático porque el producto no siempre es bueno… Habla y habla pausado, con voz acogedora a pesar de tanta gente que se le aproxima, sonríe sin cesar, como si un personaje suyo dijera: "No importa nada, estoy aquí, estoy vivo, soy un niño, este es mi mundo tejido cada noche durante Dos años, ocho meses y veintiocho noches desde el 19 de junio de 1947…".

Entonces nos tomamos la foto con mi móvil y hablamos de cosas más feas, de París, del terrorismo, de si debemos vivir con miedo o no, y qué debemos hacer con ese miedo, pero esa es otra historia para contar otra noche a fin de evitar que maten a una mujer, porque ahorita se va a chatear y a tuitear en un sillón, sin escoltas, como cualquier gentil hombre…

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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