Primero, la noticia de que CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear), publicará pronto los resultados de sus mediciones recientes; dos, que ya está en YouTube el documental de la BBC: Particle Fever: The Hunt for the Higgs Boson. El documental es estupendo. La interpretación de los datos nos quedará, a la inmensa mayoría, muy lejos. No importa, mientras tengamos acceso a los divulgadores de lengua inglesa que, desde hace siglos, hacen un trabajo extraordinario.
No me voy a meter a físico, porque no entiendo de qué va la maquinota del Hadron Collider. Tomo la divulgación con entusiasmo y observo que los ignorantes, pese a nuestra limitación, echamos igual sombreros al aire de puro contento: alguien sabe, alguien interpreta y, además de que en algún momento el conocimiento podrá ser común, el puro hecho del conocimiento, aunque no sea propio, causa felicidad. ¿Por qué quedo expectante de cosas que no voy a entender? Si de arranque parece irracional usar esa descomunal cantidad de dinero, esfuerzo, trabajo, recursos materiales, financieros, y todo para averiguar si unas partículas subatómicas son así o asado, y hacerlas chocar, ¿por qué nadie denuncia el increíble costo como gasto superfluo? Quizá porque la mera curiosidad, esa curiosidad que se transforma en obsesión, mordedura de conciencia e inconsciencia, motivo para vivir y razón para morir, es entendida y emprendida como el motor de lo humano.
El campo y el bosón de Higgs (explicación de la existencia de la masa en algunas partículas subatómicas) aparecieron en los artículos de divulgación desde 1960. Era un mero cálculo sin confirmación alguna: la razón predijo algo real. Cuando se confirmó la existencia de la partícula elusiva, los legos ignorantes nos alegramos como si tuviéramos parte en el asunto, como algo que nos tocaba también, que compartíamos.
Y es que ahí nos va algo fundamental: es verdad —aunque necesitemos confirmarlo cada nueva vez— que la inteligencia tiene vínculos con la realidad; la prueba: la razón puede predecir la existencia; saber algo del mundo antes de que aparezca. La duda: ¿las matemáticas están en la naturaleza, o son el modo nuestro de entender el mundo?
No entiendo qué sea una partícula subatómica, un bosón; tampoco entiendo los cálculos ni los métodos, ni cómo diablos funciona el colisionador de partículas. Pero tengo el entusiasmo infantil de saber que las dudas y los enigmas ni se van a acabar, ni tenemos que sucumbir ante ellos. Los datos arrojan un resultado incomprensible y se vuelve necesario cambiar el enfoque, no el proceso racional. Las reglas del pensar se mantienen, pero debemos cambiar la descripción o el relato: si añadimos una creatura imaginaria, los resultados se volverían coherentes. Luego, necesariamente ha de existir. Es la magia que opera entre el mundo y la mente.
Chesterton decía que la ciencia no podía valer si no era un cuento de hadas. El hecho desnudo del conocimiento, aunque yo no lo tenga, convierte en poesía, gratuidad y desapego al más caro armatoste de la historia.