Hay escritores para quienes las convenciones del realismo no operan del todo. Escritores que miran el mundo –y lo que creemos inmutable, la llamada realidad– y se mofan de su porosa inconsistencia. En Los versos satánicos, por ejemplo, un chivo emergía de un accidente aéreo, y apenas empezaba la cosa. Todo a partir de allí rompía las expectativas de un lector pacato y no dispuesto a suspender su incredulidad como pedía Coleridge. Al morir Gabriel García Márquez, Salman Rushdie en su obituario en The New York Times se pregunta sobre el llamado realismo mágico y piensa que el problema con el mote radica en que sólo se lee el adjetivo, mágico, y no se piensa que se trata de una forma de narrar anclada en la otra parte del término, realismo. Esta aparente sutileza no lo es tanto, pues permite explorar sus estrategias retóricas y leer su obra más allá del estilo, ese manierismo. Nuestro autor desde Hijos de la medianoche ha escrito un tipo particular de realismo, que podríamos llamar mítico. Pero es realismo, no se nos olvide. Si el mal llamado realismo mágico utilizaba la magia para el servicio de la verdad, como apunta, él utiliza la mitología y la leyenda oral –aquí Las mil y una noches– del mundo árabe para desequilibrar la falsa apariencia de lo real. Rushdie es claro en su propia búsqueda: "Es porque la magia del realismo mágico tiene raíces profundas en lo real, porque emerge de lo real y lo ilumina, que importa". En esta, su última novela, Rushdie se ha propuesto nuevamente iluminar ciertos aspectos de lo real que siempre lo han preocupado. Lo imposible es verdadero en la obra de ambos autores.
¿Cuánto son mil y una noches? Dos años, ocho meses y 28 días. Rushdie se ha propuesto ser la nueva Sherezada y lo ha logrado con creces. El libro se abre con un prólogo que ocurre en 1195 y que cuenta la historia de Ibn Rushd, el filósofo aristotélico y racionalista conocido como Averroes y su disputa con el teólogo Al-Ghazali, quien tiempo atrás escribió un libro, La incoherencia de los filósofos, burlándose de la pretensión de guiarnos por la razón y no por la revelación y la divinidad. En su libro, La incoherencia de la incoherencia, Averroes desmonta tal pretensión y pide un mundo regido por la razón. Ibn Rushd es seducido por una jinnia (una genio) con la que tiene una vastísima descendencia. Porque ellos, los yinns y las yinnias, se han colado por los intersticios del mundo. Dunia –el Mundo– regresará a las páginas del libro cientos de años después. En Nueva York hay una gran tormenta y se desata la gran batalla entre las fuerzas del mal y las fuerzas del bien y Dunia regresa a combatir con sus huestes de hijos. Ese tiempo de recia y cruenta batalla que dura mil y una noches es llamado el Tiempo de la Extrañeza. En esa era se presenta el personaje más querible de la novela, el Jardinero Gerónimo, que ha perdido a su mujer muerta fulminada por un rayo. Gerónimo es capaz de levitar. En la era de la extrañeza cosas curiosas pasan. Un bebé deja marcas indelebles en los corruptos, y así cientos de otros cuentos que se suceden sin cesar en un libro que es una máquina generadora de historias. De hecho, escribe Rushdie en el libro: "Somos la criatura que se cuenta historias a sí misma para entender qué clase de criatura es (...) Esos relatos se convierten en lo que conocemos, en lo que entendemos y en lo que somos, o tal vez deberías decir en lo que nos convertimos o en lo que tal vez podamos llegar a ser".
Salman Rushdie no rehúye a la cultura pop, al humor más descarnado y a personajes del mundo fantástico –como los genios de Peristan, que se cuelan por los agujeros entre los dos mundos, y Peristan quiere decir en español tierra de las hadas. Allí, los genios y las genias copulan incesantemente, aunque algunos se aburran. Las genios son seres de humo, los genios de fuego. Dunia, como dije, regresa al mundo nuevamente para resolver no sólo una guerra, sino sobre todo esa vieja disputa filosófica. Utilizando entonces formas narrativas que vienen lo mismo de la tradición oral árabe que de los cuentos de hadas occidentales, reflexiona sobre la razón. De hecho, alguna vez se terminará la Era de la Extrañeza y se vivirá en un mundo donde los dioses hayan verdaderamente muerto –el del presente de la narración– y donde la razón reine, en lugar de la fe. (Quizá por eso en la edición en inglés escogieron el grabado de Goya Los sueños de la razón engendran monstruos como ilustración). En el futuro próximo que el mundo cuenta nuestros descendientes habrán encontrado la paz y la razón, pero...
El excepcional epílogo del libro es una vuelta de tuerca. Y si al ser regidos por la razón perdemos la capacidad de soñar, de tener visiones... El melancólico final nos vacía totalmente. Y está lleno de consumismo vacuo: "Estamos felices. Encontramos placer en todas las cosas. Los automóviles, la electrónica, los bailes, las montañas, todas esas cosas nos dan gran alegría (...) Pero las noches pasan en silencio. Pueden pasar mil y una noches, pero pasan en silencio, como un ejército de fantasmas cuyos pasos no hacen ruido, desfilando invisibles por la oscuridad, sin ser vistos ni oídos, mientras nosotros vivimos, envejecemos y morimos".
Estos seres ultrarracionales, no podía ser de otra forma, echan de menos las pesadillas. Los sueños, decía Shakespeare, son finalmente la materia de la que estamos hechos.