Cultura

Roland Garros, el piloto que aterrizó en Chapultepec a tomar el té

El piloto francés, cuyo nombre figura en unos de los torneos de tenis más importantes del mundo, pasó por México en tiempos de don Porfirio.

El piloto que aterrizó en Chapultepec a tomar el té, pionero de la aviación mundial en cuyo honor se bautizó uno de los cuatro torneos de Grand Slam de tenis, inauguró los vuelos en México, exhibió sus acrobacias ante Porfirio Díaz en 1910 e incluso un día simplemente se le ocurrió aterrizar en el bosque de Chapultepec a tomar té.

Héroe de guerra para los franceses, Garros el piloto que aterrizó en Chapultepec a tomar el té vivió 29 años con 364 días, y este viernes 5 de octubre cumplió un siglo de muerto después de que aviones alemanes lo derribaron en combate en las Ardennes en 1918. Y este sábado 6 de octubre se conmemora el 130 aniversario de su natalicio.


Garros, cuyas célebres fugas de las prisiones alemanas durante la I Guerra Mundial inspiraron La grande illusión (1937), obra maestra del cineasta Jean Renoir y actuación sublime de Jean Gabin como protagonista, apenas jugó tenis de manera amateur, pero sus hazañas en el aire y en combate obligaron a los franceses a honrarlo al dar su nombre en 1925 a su torneo más importante del deporte y al estadio que lo hospeda cada año (1928). 

En el contexto de ambos aniversarios, Siglo XXI Editores acaba de publicar, en su serie El hombre y sus obras, un volumen con las Memorias y el Diario de Guerra del primer hombre que cruzó en aeroplano el Mediterráneo en 1913 y que formó parte de la cuadrilla de pilotos franceses que volaron por primera vez en México. 

De hecho, la exhibición de Garros y su palomilla fue ante Porfirio Díaz y su familia, en el contexto de una gira que emprendió el piloto y héroe francés por América, de octubre de 1910 a la primavera de 1911, que comprendió Nueva York, Nueva Orléans, Ciudad de México y Veracruz, y concluyó en La Habana, Cuba.

En las Memorias de Garros, sobre las cuales Blaise Cendras ya había escrito en Le lotissement du ciel, donde celebra todo lo relacionado con el cielo, desde las estrellas hasta los pájaros y Garros, se hallan los pasajes de aquella gira en México que tuvo el aventurero que soñó desde niño con volar.

“La Ciudad de México ha perdurado como el mejor recuerdo de nuestro viaje. Desde la llegada estuvimos encantados. Dentro de ese marco de elegancia latina, perfumada de exotismo, nos sentimos revivir”, escribe Garros al arranque del relato en sus Memorias sobre su paso por el país.


El piloto francés, con cuyo nombre también se bautizó el aeropuerto de la isla Reunión donde nació en 1888, narra su estancia llena de fiestas y de farras con sus colegas con quienes realizaba las giras de exhibición y con la comunidad francesa en México, que se dividía entre creer que la tropa de Garros sí iba a realizar la hazaña de ser la primera en volar en el país, y los que no creían.

Todos los días de su estancia pasaba por ellos un auto confortable con chofer que habían rentado para llevarlos a las 10 de la mañana al bosque de Chapultepec, al que compara con el Bois de Boulogne parisino; ahí tomaban sus aperitivos y al mediodía caminaban por “la calle central”.

Después se iban a comer al Sylvain, un restaurante francés de moda, cuyo propietario los adoptó.

“Nuestro campo de aviación era espléndido, perfecto”. Pero una mala leyenda corría por la ciudad. Se decía que era imposible volar en México a causa de la altitud (2 mil 200 metros). Esta fábula había nacido de los fracasos consecutivos de dos aviadores —el último (André) Bellot, todavía se encontraba en México. Él afirmaba que no volaríamos. Nosotros objetábamos que el récord establecido en aparatos semejantes a los nuestros era de 3 mil 200 metros. Pero él respondía que, habiendo experimentado la imposibilidad de volar, no necesitaba una explicación para creerlo. A pesar de nuestra confianza, la seguridad de Bellot nos causaba una impresión desagradable”, narra.

Sin embargo, la suerte quiso que Roland Garros no fuera el primero exactamente que volara México en aquella exhibición de 1910, sino su compatriota René Simon, quien tras su hazaña sólo comentó sobre el aire capitalino, en una entrevista posterior: “Evidentemente es un poco raro, el aire no sostiene, uno se desliza, planea mal. En el fondo, nada terrible”, según el relato de Garros.


Así, Garros, René Simon, René Barrier, Edmond Audemars y John Fritsbie dieron las primeras exhibiciones aéreas en México, ante un público que incluía al presidente Porfirio Díaz, siempre atento a todos los avances que llegaban de Francia, como el cinematógrafo que había visto en 1896.

“En una ocasión tuvimos el honor de volar en presencia del presidente Porfirio Díaz y del gobernador de la ciudad de México. Otro día tuvimos la visita del almirante de la Jarte, comandante de una escuadra de paso en Veracruz, y del ministro de Francia, el señor Lefèvre”, escribe Garros.

“En la ciudad de México vimos volar a un rico aficionado mexicano. Tuvimos pocas relaciones con este colega de paso. Sin embargo, su chacoteo lo hacía simpático (…) Supimos que había tenido la ambición de ser el primer en volar en su patria. El aparato había quedado listo demasiado tarde”.

Garros, sin identificar al piloto mexicano, cuenta cómo era muy osado en sus exhibiciones. “Recuerdo sobre todo un despegue y un aterrizaje con el viento de lado –con el exceso de potencia de un M.F 1920 en la ciudad de México. El despegue sobre todo fue un espectáculo horripilante, para nuestros ojos expertos. La gran caja, arrastrando la cola, derrapó encima del público –rozó las cabezas… Hubo aplausos… Y todo eso terminó bien”.

“Entre los recuerdos de la ciudad de México quiero mencionar un frontón de Pelota, donde pasé momentos deliciosos…”, cuenta el aviador, no obstante, por una disputa sobre el dinero que le debía uno de los promotores de las exhibiciones pasó mucho tiempo sufriendo la burocracia mexicana de los juzgados y oficinas públicas adonde acudió para reclamar el pago de esa deuda.


Antes de partir hacia Veracruz, donde la pandilla de Garros realizaría otras exhibiciones antes de embarcarse a Cuba, el piloto francés realizó un último vuelo, tal vez el más curioso.

“Antes de salir de la ciudad de México, realicé todavía un vuelo. El señor Pugibet, director de la sociedad El Buen Tono, poseía todavía el Blériot con el que Bellot le había ocasionado decepciones. Estaba empeñado en ver volar ese aparato. 

“La perspectiva de confiar en esa máquina de ocasión -averiada y reparada ahí- no me seducía en absoluto. Pero, ¿cómo negarle nada al señor Pugibet?

“Prometí ir a tomar el té en Chapultepec en aeroplano (…)

“Partí a la hora convenida: el aparato estaba mal ajustado –el motor titubeaba. Crucé así, a poca altitud, los barrios de la ciudad, en flagrante delito de exceso de confianza.

“Pero tenía prisa: habría sido poco galante que me hiciera esperar en Chapultepec. Logré un aterrizaje difícil.

“El té estuvo exquisito”.


FM

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José Juan de Ávila
  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.
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