El periodista Óscar Martínez es uno de los impulsores de la página ElFaro.net, de noticias de El Salvador, de Centroamérica y hasta de México.
“Hay ciertas historias que se cuentan así, terminan y son trágicas; al final, si uno intenta compartir retazos de la realidad también espera que esos retazos vayan acompañados de contenidos en lo emocional. Si alguien termina un material mío y me dice, después de leerlo, ‘me deprimí’, normalmente me siento bien”.
Autor de títulos como Los migrantes que no importan, La bestia, Una historia de violencia, El niño de Hollywood y Los muertos y el periodista, le ha tocado contar historias complejas, hasta de comprender, en las cuales no siempre se halla un final feliz.
“Me he encontrado historias con finales decentes, felices no. Hay gente que llegó, encontró una vida muy dura, pero mejor a la que tenía. He hallado a mucha gente que, a pesar de todo el sufrimiento que tiene, siguen siendo personas de bien, para llevar a un lugar común. Eso me parece lo más feliz en lo que puede acabar una historia”.
La más reciente de sus publicaciones, Los muertos y el periodista (Anagrama), le ha permitido darse cuenta con frustración, alegría y una mezcla de sentimientos, de que ejercemos un oficio del que entendemos muy poco y, menos, la manera en que se percibe entre la gente a la que nos dirigimos.
“Con este libro he ido agarrando más cólera en algunas reacciones: en qué momento empezamos a creer que era malo que un periodista horrorice al mundo, cuándo confundimos la posibilidad del periodismo de impactar, de ofuscar, de azorar, con la obligación de ser amarillista: una de las funciones del periodismo es, y siempre va a ser, azorar a la gente, sacarla de su lugar confortable; cuando nos convenzan de que no, nos vamos a convertir en sujetos que generan diversión, en los encargados del espectáculo de los domingos”.
Entre la aventura y la condena
Narcos, sicarios, policías corruptos y políticos inmersos en estas tragedias se aparecen en una larga crónica nacida con la intención de acercarnos a la vida de un territorio, al tiempo de reflexionar en torno al peso del oficio y de sus desafíos, en una época en la que el periodismo enfrenta múltiples riesgos.
“La gran condena del periodismo, para quienes creemos –esperanzadora o utópicamente– que aún puede cambiar las cosas, es que nunca sabes exactamente qué vas a cambiar: cuando vas a contar la historia del génesis como la Mara Salvatrucha o la del muchacho sicario de Piedras Negras, no conoces qué tipo de precariedades los llevaron hasta ahí… no sabes si eso va a generar repudio, odio o una retórica como la de Trump. Es un oficio que rara vez te devuelve el balón”.
Óscar está seguro de que, muchas veces, se invita a los jóvenes a entrar en el oficio periodístico sin muchas advertencias, que deberían existir no para espantar, porque el oficio puede ser maravilloso, “lo que es muy diferente a que sea lindo o pletórico: deberíamos de advertirle más a la gente para que entren con más conciencia, no para que se alejen”.
Los muertos y el periodista podría definirse como un retrato de la violencia contemporánea: tres hermanos pobres, cuyos cuerpos aparecieron desfigurados, sin que a nadie le interese investigar las causas. Tienen nacionalidad en el libro, son salvadoreños, pero a su parecer podrían ser de cualquier país latinoamericano.
“Ahora mismo no tengo esperanza”
“No me alegra la respuesta: la esperanza es algo que responde a las circunstancias del momento y de ninguna forma puedo decir que albergo esperanzas de nada. Ni de que Latinoamérica mejore, ni de que los nuevos caudillos, que han plagado nuestra región como si fuera un sarpullido –que ya habíamos vivido y nos fue muy mal– transformen esta realidad. Me gustaría tenerla, pero ahora mismo no tengo esperanza”.
bgpa